Dick Armey, político estadounidense que fuera líder republicano de la cámara del Congreso en los años 90, solía decir: “hay tres tipos de personas que gastan el dinero ajeno: los hijos, los ladrones y los políticos. Los tres necesitan ser estrechamente supervisados”.
Incisivo pensamiento que siempre será actual e invita a la reflexión. Si nos centramos en el tercer grupo veremos que esa supervisión parece haberse hecho con bastante ligereza. Incluso algunos pueden llegar a pensar que el dinero público no es de nadie… cuando todos sabemos de dónde procede: de nuestros bolsillos, de los impuestos que pagamos con el esfuerzo de nuestro trabajo.
Lo que manejan los políticos –conviene recordarlo con frecuencia- es dinero del pueblo, y por ello su manejo debe ser meticulosamente revisado. Y como dicen las estadísticas que somos mayoría los que llegamos justos a fin de mes, repugna naturalmente ver en los políticos cualquier tipo de ostentación o lujo.
Gastar el dinero público implica una gran responsabilidad. Sólo tiene justificación cuando se emplea para promover el bien común. Qué bueno sería que los políticos tuvieran en esto la mentalidad de un padre de familia numerosa y pobre.
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