26 de junio.

LUNES DE LA SEMANA 12ª DEL TIEMPO ORDINARIO

1. (Año I) Génesis 12,1-9

Los capítulos del 1 al 11 del Génesis, que leímos en las semanas 5ª y 6ª del Tiempo Ordinario, reflexionaban religiosamente sobre el origen del cosmos y del género humano.

Ahora, durante tres semanas, escuchamos la historia del pueblo predilecto de Dios, Israel, a partir de la vocación de Abrahán desde el capítulo 12 hasta el final del libro.

La historia de Abrahán, y la de los grandes patriarcas Isaac, Jacob y José, está aquí contada desde una clave claramente religiosa y, además, según varias tradiciones intermezcladas en el Génesis.

La lectura de otros libros históricos del AT nos ocupará nueve semanas (de la 12ª a la 20ª). En ellos, no sólo repasaremos la historia del pueblo de Israel, del que somos herederos, sino que nos veremos reflejados nosotros mismos en nuestra actuación, dejándonos juzgar por la voz de Dios.

a) Hoy escuchamos el relato de la vocación de Abrahán, allá en su tierra de Ur, en el país de Caldea, un pueblo de cultura bastante avanzada, con buenas técnicas de trabajo y una buena legislación social. Pero corrompido, como todos los demás, religiosa y moralmente. Y corrompido como nuestros pueblos y gobiernos de hoy, que se empeñan en marginar a Dios, y por tanto la moral, de la vida social.

Dios ha decidido formar un pueblo según su corazón, en medio de ese mundo pagano, para que conserve la religión monoteísta y atraiga la bendición sobre toda la humanidad. Para ello, Dios se fija en Abrahán, un hombre mayor ya, que parecería que tiene derecho a un descanso. Pero la orden es «sal de tu tierra». Tal vez esté relacionada esta salida con alguno de los fenómenos, que también existían entonces, de migraciones colectivas de pueblos buscando mejores condiciones de vida.

Abrahán responde con decisión, fiándose de lo que entiende como voz de Dios. Junto con su familia y sus posesiones, abandona Caldea y emprende el camino que Dios le indica, «sin saber a dónde iba» (Hb l 1,8). Está abierto al futuro. No se apega al pasado. Tiene mérito su fe, porque Dios le promete dos cosas difíciles de creer: que le hará padre de un gran pueblo (a él que es ya mayor y su esposa, estéril) y le dará en posesión la tierra que le mostrará (abandona algo seguro por algo que en seguida se verá que es utópico).

No es de extrañar que Abrahán sea, tanto para los judíos como para los musulmanes y los cristianos, el prototipo del que creyó en Dios, en medio de dificultades sin cuento.

b) Abrahán se puede considerar como el representante de todas las personas a las que les ha tocado peregrinar, abandonando seguridades y lanzándose a aventuras en el servicio de Dios: misioneros, religiosos, cristianos comprometidos, voluntarios. Pero también, de los jóvenes que han dejado de ser niños y se enfrentan a la aventura de la vida. A todos nos toca alguna vez emprender nuevos caminos: «Sal de tu tierra».

En cada circunstancia nos toca dar a Dios nuestra respuesta. Aunque, a veces, sus llamadas no dejen de ser sorprendentes.

Una respuesta cultual, como hizo Abrahán levantando un altar a Dios e invocando su nombre: nosotros también lo hacemos con la oración, los sacramentos, la Eucaristía.

Y una respuesta vital, con la obediencia y un estilo de conducta según la voluntad de Dios. Como hizo María de Nazaret: «hágase en mí según tu palabra». Como hizo Jesús, que vino a cumplir la voluntad de su Padre. Aunque esta obediencia suponga éxodo, salida de nosotros mismos y de nuestras comodidades. Aunque implique dejar las cosas en las que estamos instalados y que nos resultan tan cómodas.

El salmo no va sólo por Abrahán. Va por todos nosotros, que nos sentimos llamados por Dios y ponemos nuestra confianza en él: «dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad… nosotros aguardamos al Señor, él es nuestro auxilio y escudo».

2. Mateo 7,1-5

a) Seguimos escuchando varias recomendaciones de Jesús, todavía en el sermón del monte. Esta vez, sobre el no juzgar al hermano.

Jesús no sólo quiere que no juzguemos mal, injustamente. Nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy plástica: la brizna que logramos ver en el ojo de los demás y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Claro que es exagerada, probablemente tomada de un refrán de la época: como era exagerada la diferencia entre los diez mil talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar.

El aviso es claro: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. Es lo mismo que afirma aquella petición tan peligrosa del Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos».

b) ¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones.

Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de «no ser como los demás», sino justo y cumplidor.

Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás, a saber cerrar un ojo ante los defectos de nuestros familiares y vecinos, porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos y no nos los están echando en cara cada día, o sí, pero nosotros debemos escuchar a Jesús. Estamos advertidos!

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