Amedeo Cencini nos sorprende con esta reflexión sobre la belleza:
Lo bello no necesita en absoluto llamar la atención, impresionar, buscar visibilidad atrayendo hacia sí, ni busca acceso a extravagancias, sino que se manifiesta también o, sobre todo, en el detalle, en lo pequeño, en la medida discreta y tal vez oculta que permanecerá invisible para la mayoría (la flor llamada “estrella alpina” o “edelweiss” es extraordinariamente bella, aunque nadie la vea en la cima inaccesible). Lo bello es humilde, podríamos decir, y esto porque -una vez más- remite más allá de sí mismo.
No necesita el reconocimiento público o en la plauso, porque lo bello no solo satisface la vista de aquel que lo ve, sino que es ya rico y pleno en sí mismo. Un poco como el amor, que basta por sí mismo, o que satisface precisamente porque es bello en sí.
Por otra parte la belleza es algo que puede ser abundante y transmitida en cada gesto, palabra, actitud…, Aunque no entre en ciertos cánones de belleza material. Podríamos preguntarnos: ¿dónde hay más verdad y belleza, en el cuerpo anciano, fatigado y lleno de arrugas de la madre Teresa de Calcuta o en la modelo que tiene que ser por fuerza bella para un desfile de alta costura? Es decir donde hay más verdad interrogante por otra parte, si también el cuerpo puede y debe desplazarse en esta manifestación de la belleza o incluso es bello y está llamada ser bello, nosotros sabemos que nuestro cuerpo no es nunca tan bello como cuando existe forma de don, de entrega amorosa.
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