¿No es la vanidad de las menciones lo que nos hace conectarnos al móvil sin un momento de quietud?.
La buena educación −que se diría un hándicap en este mundo salvaje, pero que es, en realidad, una fortuna en el fondo y a la larga− no es un mérito propio, sino de los padres. Sin embargo, no es tan gratis como parece: su pago es aplazado (de generación en generación) y con intereses. Hay un esfuerzo que hacer, porque la que nos dieron sin darnos cuenta debemos pasarla a la siguiente generación, y cuánto cuesta, y cada vez más. Ahora caigo en que, además, tenemos mucho que educarnos a nosotros mismos siempre. Hay detalles que se olvidan o que nos dan pereza y, sobre todo, hay nuevas circunstancias que no estaban en el catálogo que nos enseñaron de chicos.
Así demostraremos si aprendimos unas técnicas de memorieta o si asumimos los principios y somos capaces de adaptarlos. Rafa Sánchez de Lamadrid me cogió fuera de juego. Glosaba la manía en los grupos de whatsapp de contestar, aunque no se tenga la respuesta. Una madre quiere saber si alguien encontró el babi de su hija, y todo el mundo en el chat de la clase empieza a decir: "Yo no", "Yo no", "Yo no"... Y yo también, ay, digo (o decía) "yo no". El undécimo mandamiento es no molestar; pero, como el whatsapp es algo tan nuevo, no caemos.
No es lo peor que hago. Miro continuamente el móvil por si alguien ha tenido a bien retuitear mi artículo del día o ponerme un mensaje (un "yo no" más, por ejemplo). No soy ni original: se ha convertido en un tic de todos. Tanto, que una pandilla de amigos ha decretado que, cuando salen a cenar, el primero que mire el móvil, paga la cuenta. Eso ha dado una nueva intensidad a sus conversaciones…, y una continua necesidad a todos de ir cada quince minutos al baño.
Voy a tener que aplicarme algún expediente parecido, porque me pierdo lo que tengo delante interponiendo el móvil. Quizá este mismo artículo sirva de medicina. Ahora ya me he puesto en evidencia y me dará vergüenza no ser coherente con mi columna de opinión.
También me ayudará un razonamiento homeopático. ¿No es la vanidad de las menciones y los toques lo que nos hace conectarnos sin solución de continuidad? ¿Y no es eso reconocer algo humillante: que nuestro presente no tiene suficiente interés como para ocupar toda nuestra atención o que nuestra conversación no merece nuestro cuidado? El que mira sin pausa el móvil suplica una pequeña limosna de interés ajeno, en vez de darlo él a los que tiene alrededor, como un señor.
Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es.
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