Don Luís, nuestro canónigo, nuestro querido único canónigo, iba en la primera fila del autobús. Estuve pensando que si teníamos un accidente y salía despedido a través del cristal delantero, los periódicos podrían decir, con toda razón, que el entero cabildo catedralicio salió volando del autobús. Sería un caso único en la historia eclesiástica: el caso de un cabildo volador, la aniquilación de todo un capítulo en un solo accidente.
¿Y si hubiéramos tenido un accidente y hubiéramos fallecido todos? Se me ha pasado por la cabeza la cara que pondría el nuncio si le dieran la noticia de que la mitad del clero de una diócesis había pasado fulminantemente del estado de viadores al estado de purgación. No es de descartar que alguno hubiera pasado directamente a otra morada.
Las veces que he tenido hospital y no he podido ir a la excursión, me preguntaba: ¿si nos quedáramos la mitad en la diócesis, los escalafones (como en el Ejército) correrían hacia arriba automáticamente? Durante años, consideré ésa la única opción razonable para pensar en un ascenso en mi caso.
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