Homilía Santísima Trinidad A
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito… para que tenga vida eterna (Jn 3,16).
Celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, misterio central de la fe y de la vida cristiana y al que todo se reduce… Es la fuente de todos los otros misterios de la fe. La fiesta de la Santísima Trinidad es introducida a finales del siglo IX y se extiende a la Iglesia universal a mediados del siglo XIV; no obstante, el culto a la Santísima Trinidad aflora por doquier en la liturgia de todos los tiempos.
Frecuentemente chocamos con este gran misterio, porque pensamos que creer es saber y entender. Si lo que desconocen los grandes sabios de todos los tiempos es infinitamente mayor de lo que creen conocer en sus distintas ramas del saber, ¿podrá el hombre comprender y abarcar, al menos, la inmensidad de Dios, creador del universo conocido y de otros posibles universos, que hoy no están al alcance humano? ¿En qué Dios creeríamos si lo pudiéramos abarcar?
Creer en Dios es intentar vivir su misterio como se manifiesta y se nos da a conocer en nuestra vida. El hombre sólo ha llegado a Dios por la historia, y es en la historia humana donde han ocurrido los grandes acontecimientos salvíficos. Dios peregrina con el hombre, y en este caminar, le manifiesta su voluntad. La lectura del Éxodo nos relata que: Dios se quedó allí con él –con Moisés– y Moisés pronunció su nombre (34,5). Qué maravilla: Dios se quedó con Moisés. Cuando Dios se revela ya viene con nosotros, nos ha buscado. Esta cercanía la irá revelando poco a poco, desde el momento en que se manifiesta como compasivo y clemente, rico en clemencia y leal (Ex 34,6) hasta llegar a la gran revelación en S. Juan: Dios es amor (1Jn 4,8).
La manifestación amorosa de Dios le lleva del borrar la culpa, el delito y el pecado (Ex 34,7) del hombre hasta entregarnos a su propio Hijo: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito (Jn 3,16). Es decir: tanto amó el Padre a la humanidad que su Hijo se hizo hombre para que entráramos en comunión de amor con él. Por la Sagrada Escritura sabemos que ese Hijo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el vientre de la Santísima Virgen María (cfr Lc 1,26-38), y vivió toda su vida revelándonos el amor del Padre, y revelándose a sí mismo, como Hijo del Padre y, finalmente, reveló y prometió el Espíritu Santo. Esta es la revelación por excelencia: que Dios es uno en tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El misterio de la Santísima Trinidad es un misterio de fe, de vida y de amor. Entre más fe y amor a Dios, más revelación de Dios a nosotros acerca de su propio misterio. Entre más entrega de nosotros a Dios y más amor al prójimo, más entrega de Dios a nosotros en su Hijo Jesucristo con el Espíritu Santo.
Lo más importante es que nosotros vivamos la fe, inmersos en el misterio de la Santísima Trinidad, en el misterio de ese Dios Uno y Trino que es amor: somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, al levantarnos o acostarnos nos santiguamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, a la hora de bendecir los alimentos o hacer oración. La Misa la empezamos y terminamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y en ella, cuando profesamos la fe decimos que creemos en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo; el sacrificio de Cristo que se hace presente en el pan y el vino consagrado lo ofrecemos al Padre en el Espíritu Santo. Así que la vida cristiana está marcada por el misterio de la Santísima Trinidad. Por todo esto debemos estar siempre alegres y vivir el misterio de la Trinidad en nuestra vida concreta de cada día, en unidad espiritual interior y en unidad exterior con nuestros hermanos. Si Dios es comunidad de personas, de Dios brota toda fraternidad, por esto debemos buscar siempre la unidad.
El trato con Dios Padre nos lleva a considerar nuestra filiación divina; el trato con Dios Hijo hace que nos fijemos en el modelo a seguir; y el trato con Dios Espíritu Santo santifica nuestras almas. Este trato con Dios Uno y Trino se debe reflejar en la atención que ponemos cuando invocamos a la Trinidad al hacer la señal de la Cruz.
Que María Santísima, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo nos enseñe y ayude a vivir a fondo nuestro bautismo y a comportarnos y vivir como auténticos hijos de Dios, así entenderemos y celebraremos el misterio de la Santísima Trinidad viviendo una auténtica fraternidad.
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