Rasgos de una conducta madura

La madurez indica armonía y equilibrio, logrado en el intento diario por superar las dificultades y ayudar a los demás. Se pueden trazar los rasgos de una personalidad madura, diferente en cada uno: diferencias de carácter, estado, entorno y de acuerdo con la historia de cada persona. No es necesario alcanzar una edad avanzada para tener madurez. Es posible definir algunos los rasgos de una conducta y de una personalidad madura:
1.     Aceptar la realidad. Objetividad. Las personas, los acontecimientos, las cosas son como son. La objetividad lleva consigo el conocimiento justo de la realidad, tanto de la propia como de la exterior. En relación a la realidad interior: aceptar que uno mismo, como persona irrepetible, tiene sus propias virtudes y defectos, habilidades y limitaciones. Nadie es solo portador de virtudes ni solo defectos. No se deben infravalorar las limitaciones, ni dar excesivo peso a las buenas cualidades. Todo con mesura, sin estridencias. La idea que uno tiene de sí mismo influye en gran medida en la percepción de lo exterior; la interpretación que formulamos de las personas, circunstancias y situaciones está en consonancia con nuestra actitud, edad, estado y condición. Objetividad, también, es aceptar la realidad de las cosas, admitir que la vida cambia y que muchas veces es difícil adaptar nuestro interior a esos cambios, asumir las limitaciones que nos vienen dadas.
2.      Aceptar lo distinto y diferente. Una persona en su madurez no emite juicios tajantes y radicales, más propios quizá de personas más jóvenes, para las que todo es blanco o negro, sin aspectos intermedios: no saben que la vida está llena de matices. Las personas somos distintas y tenemos opiniones diferentes, y reconocerlo es necesario para el trato: saber que aquel es así y respetarlo. Es conveniente conceder y facilitar a cada uno lo que se adecua a sus gustos. Convivir pacíficamente, conformes con modos que nos gustaría que fuesen distintos; no «venirse abajo» porque no tengamos las mismas posibilidades de éxito que tienen, a veces, amigos o hermanos, o nosotros mismos hace quince años.
3.     Autonomía. Capacidad de decidir por uno mismo. Es autónomo el que no se deja llevar por el «qué dirán», sino que tiene claro lo que debe hacer y procura llevarlo a cabo con independencia de otras opiniones. Resuelve los asuntos que le conciernen, pide consejo cuando lo necesita y sabe pedir ayuda con sencillez para lo que no puede hacer solo.

4.     Responsabilidad. Es comprometerse del todo, implicarse asumiendo la posibilidad de equivocarse. Dar respuesta adecuada a lo acordado: deberes, obligaciones, compromisos, promesas… Todo lo contrario de rehuir lo molesto o lo menos atrayente.

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