No imaginé ayer, cuando escribí el post a vuelapluma, sin apenas revisar lo redactado, que iba a provocar tantas pasiones, entusiasmos y argumentos; y algo muy bueno: diálogo.
Cada día no leo todos los comentarios, por eso y otros días me perdonaréis si no cito a alguien que realmente aportó algo muy bueno, incluso mejor que el post. Lo digo completamente convencido.
Un comentarista tenía mucha razón, eso lo comprobamos todos los curas, que mucha gente (la mayoría) se aleja de la Iglesia por la cuestión de la moral sexual.
Cuántas veces he pensado cómo cambiaría la relación de la gente con la Iglesia si los mandatos sobre el sexo fueran un consejo, un ideal, incluso, sólo pecado venial. En Manzanas de Gomorra explico las razones por las considero que eso no es posible.
Ahora bien, dentro de la misma moral, dentro de los mismos mandamientos divinos, dentro de la misma Biblia, se puede replantear todo de un modo más benigno, más positivo, más humano. Ya sé que el propósito de la religión no es hacernos más humanos, sino más divinos. Pero la humanidad con que tratemos estos temas repercutirá siempre en algo positivo, no en el indiferentismo o el laxismo. ¿Es posible multiplicar por cien nuestra humanidad al tratar esto, y abrazar al mismo tiempo abrazar con mayor fe todavía las pétreas tablas de Moisés? No tengo la menor duda.
Podemos venerar más el Magisterio, leerlo otra vez con la seguridad de que allí aletea el Espíritu Santo; y al mismo tiempo podemos amar más al ser humano concreto con su carga de desviaciones del plan ideal e, incluso, aunque ni siquiera se arrepienta. No amamos sólo a los que se arrepienten.
La evolución de la moral anglicana de los últimos cincuenta años ha sido apasionante. Y no sólo de la moral, también de la teología dogmática. Apasionante, llena de profundidades. ¿Creo que es la verdad? No. La pétrea y férrea teología y moral católicas son las que están de acuerdo al Magisterio. Y estoy seguro de que el Espíritu Santo está detrás de las encíclicas.
Pero eso no es obstáculo para no darse cuenta de los aspectos positivos, interesantes, de la teología de unos hermanos en Cristo que están en comunión con nosotros. Algunos se echarán a la cabeza ante lo que digo. Pero el cardenal Ratzinger era defensor de esta postura abierta, dialogante, apreciadora de los razonamientos de los otros.
Al final, se puede vivir la fe como un Torquemada actual, creyendo puntualmente todo y quemando verbalmente herejes. O se puede vivir la fe como el teólogo Ratzinger, creyendo puntualmente todo, pero yendo a rezar las vísperas conjuntas con los anglicanos a Westminster; y dejando que las presida el arzobispo anglicano. Y el Papa no estaba allí de testigo: estaba participando.
Ojo, ojo, hay versiones actualizadas de Torquemada. Y hay versiones actuales de san Francisco de Asís; si no en la santidad (era única), al menos sí en ese espíritu.
Ah, una cosa más: la violencia verbal (incluso en un comentario a un post) es manifestación de una tensión interna del corazón. No los borro casi nunca, para que nos hagamos conscientes de que también existe esa agresividad, ese rechinar de dientes.
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