(421) La muerte cristiana, 7. –en la Liturgia, y II

Misa de funeral

Ya hemos hechopor él todo lo que se ha podido. Descanse en paz.

–Ahora podéis y debéis seguir haciendo por él mucho más: rezar, ofrecer Misas, limosnas, penitencias…

La Santa Madre Iglesia recuerda y ayuda siempre en la Liturgia a sus hijos difuntos que están en el purgatorio. Vamos a comprobarlo.

—En la Eucaristía

Transcribo de las cuatro Plegarias eucarísticas principales las oraciones de intercesión –el memento de difuntos– que cada día  se elevan a Dios en favor de las «benditas almas del purgatorio». Merece la pena leer con atención meditativa, frase por frase, estas oraciones que confiesan la fe y la esperanza de la Iglesia: lex orandi, lex credendi.

Acuérdate también, Señor, de tus hijos N. y N., que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar de la luz y de la paz.

–IIª Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro.

–IIIª A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria.

–IVª Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los difuntos, cuya fe sólo tú conociste.

En todas estas intercesiones eucarísticas por los difuntos se emplean términos bíblicos y tradicionales de gran belleza y de no menor profundidad teológica y espiritual.

En la Oración de los fieles en la Misa, aunque no sea una norma, es también frecuente que la última de las preces sea en favor de los difuntos. Por ejemplo: «por nuestros familiares y bienhechores difuntos, para que el Señor los reciba en la claridad de su gloria, roguemos al Señor». Y nuestras oraciones, hechas en la Eucaristía, al pie de la Cruz, ayudan mucho a nuestros hermanos difuntos. Estas ayudas son una grave obligación de la caridad, y no es poca cosa el pecado de omisión contrario. ¿Cuál es nuestra caridad, si no da de sí para ayudar a quienes ciertamente debemos ayudar?… Y ayudar con gran eficacia. Palabra de Cristo: «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará» (Jn 16,23)

—En el Ritual de Exequias

El nuevo Ritual de Exequias, promulgado por Pablo VI, adaptado y aprobado por la Conferencia Espicopal Española, y confirmado por la Congregación del Culto (1988), presenta una amplísima antología de oraciones, responsorios, lecturas, preces, que pueden elegirse en función de la persona difunta y de las circunstancias de su muerte (Editores Litúrgicos 2007, 10ª ed., 1558 págs). Ofrece, pues, en sus páginas para la meditación del misterio de la muerte cristiana una gran riqueza de textos, que proceden de la Sagrada Escritura, de la Tradición católica y de las diversas oraciones compuestas por la Iglesia al paso de los siglos.

—En las lecturas litúrgicas

Siendo tan fundamental el tema de la muerte, la Iglesia atesora una gran variedad de textos sobre ella en el leccionario del Misal Romano, en el Ritual de Exequias, en el oficio de difuntos de la Liturgia de las Horas. Todos esos textos están llenos de luz doctrinal, de belleza orante y también de alegría en la fe y la esperanza, siempre fieles a la norma del Apóstol:

«no queremos, hermanos, que ignoréis lo tocante a la muerte, para que no os aflijáis como aquellos que carecen de esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios por Jesús tomará consigo a los que se durmieron en Él» (1Tes 4,13-14).

 

Transcribo a modo de ejemplo un texto de San Braulio de Zaragoza (590-651), gran escritor y Obispo (Carta 19, Litg. Horas, oficio de difuntos).

Cristo, esperanza de todos los creyentes, llama durmientes, no muertos, a los que salen de este mundo, ya que dice: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido, [pero yo voy a despertarlo]» (Jn 11,11). [Cementerio, del griego koimetérion, significa dormitorio]. Y el apóstol San Pablo quiere que no nos entristezcamos por la suerte de los difuntos, pues nuestra fe nos enseña que todos los que creen en Cristo, según afirma en el Evangelio, «no morirán para siempre» [Jn11,26]. Por la fe, en efecto, sabemos que ni Cristo murió para siempre, ni nosotros tampoco moriremos para siempre. «Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al sonido de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán» (1Tes 4,16).

Así, pues, debe sostenernos esta esperanza de la resurrección, pues los que hemos perdido en este mundo, los volveremos a encontrar en el otro. Es suficiente que creamos en Cristo de verdad, es decir, obedeciendo sus mandatos, ya que es más fácil para él resucitar a los muertos que para nosotros despertar a los que duermen. Mas he aquí que, por una parte, afirmamos esta creencia y, por otra, no sé por qué profundo sentimiento, nos refugiamos en las lágrimas, y el deseo de nuestra sensibilidad hace vacilar la fe de nuestro espíritu. ¡Oh miserable condición humana y vanidad de toda nuestra vida sin Cristo!

¡Oh muerte, que separas a los que estaban unidos y, cruel e insensible, desunes a los que unía la amistad! Tu poder ha sido ya quebrantado. Ya ha sido roto tu cruel yugo por aquel que te amenazaba por boca del profeta Oseas: «¡Oh muerte, yo seré tu muerte!» [13,14]. Por esto podemos apostrofarte con las palabras del Apóstol: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?» [1Cor 15,55].

El mismo que te ha vencido a ti nos ha redimido a nosotros, entregando su vida en poder de los impíos para convertir a estos impíos en amigos suyos. Son ciertamente muy abundantes y variadas las enseñanzas que podemos tomar de las Escrituras santas para nuestro consuelo. Pero bástanos ahora la esperanza de la resurrección y la contemplación de la gloria de nuestro Redentor, en quien nosotros, por la fe, nos consideramos ya resucitados, pues, como afirma el Apóstol: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él»  [Rm 6,8].

No nos pertenecemos, pues, a nosotros mismos, sino a aquel que nos redimió, de cuya voluntad debe estar siempre pendiente la nuestra, tal como decimos en la oración: «hágase tu voluntad». Por eso, ante la muerte, hemos de decir como Job: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor»  [Job 1,21] Repitamos, pues, ahora estas palabras de Job y así, siendo iguales a él en este mundo, alcanzaremos después, en el otro, un premio semejante al suyo.

 

—En la Liturgia de las Horas

En las Horas litúrgicas –en los salmos, en el Oficio de lecturas– se alude con frecuencia a la muerte, siempre a la luz de la fe, la esperanza y la caridad hacia los difuntos. Pero señalaré únicamente que la última de las Preces de Vísperas es una intercesión por los difuntos. De este modo, la Iglesia nos estimula con la gracia divina a recordarlos cada día piadosamente al menos en la Misa y en el rezo de las Vísperas.

Tú que abriste las puertas del paraíso al ladrón arrepentido, que te reconoció como salvador, ábrelas también para nuestros difuntos (Viernes IIIª semana).

 

—Completas es un ensayo diario de la propia muerte

Bien podemos decir que todos los días, al anochecer, el rezo de Completas está dispuesto por la Liturgia de la Iglesia como un acto sacramental de preparación para nuestra muerte, celebrándola anticipadamente.

Bajo el amparo del Altísimo…La noche, en contraposición a la vigilia,deja al hombre inerme, sin conciencia ni voluntad, en la hora de las tinieblas. Por eso en Completas se suplica con especial insistencia la protección de Dios y de sus ángeles (salmo 90: «tú que habitas al amparo del Altísimo»; salmo 15: «protégeme, Dios mío, que me refugio en ti»), y la guarda de la Virgen María («bajo tu amparo nos acogemos»).

Tú estás en medio de nosotros, Señor; tu nombre ha sido invocado sobre nosotros: no nos abandones, Señor, Dios nuestro (Jer 14,9: lectura breve viernes).

Pedimos ser guardados contra el diablo llegados por la noche a la hora de las tinieblas:

No lleguéis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No dejéis resquicio al diablo (Ef 4,26-27).

Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar; resistidle firmes en la fe (1Pe 5,8-9)

Oración. Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz, y que tu bendición permanezca siempre con nosotros» (I Vísp. de solemnidades).

Algunos Himnos relacionan sueño y muerte.

El sueño, hermano de la muerte – a su descanso nos convida. –Guárdanos tú, Señor de suerte – que despertemos a la vida.

Responsorio breve. Este dato es el más definitivo: Completas pone en nuestro corazón y en nuestros labios las palabras de Cristo al morir:

R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. *A tus manos. V/ Tú, el Dios leal, nos librarás. –Encomiendo. Gloria al Padre. *A tus manos.

Y ese salmo que se alude en el responsorio, el 30, lo rezamos entero en las Completas del miércoles: «A ti, Señor, me acojo… A tus manos encomiendo mi espíritu».

Canto evangélico de Simeón. El rezo del Nunc dimittis viene en nuestra ayuda para suscitar en nosotros los mismos sentimientos que tuvo Simeón al tomar de María en sus brazos al niño Jesús: ya me puedo morir. En efecto, «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor» (Lc 2,26):

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. –Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: –luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Gloria.

La antífona que prepara y termina este precioso himno, aludiendo al sueño, lo entiende también como una figura de la muerte:

Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz [requiescant in pace].

La oración del viernes en Completas relaciona nuestro sueño con el sepulcro de Cristo  y su resurrección:

Señor, Dios todopoderoso: ya que con nuestro descanso vamos a imitar a tu Hijo que reposó en el sepulcro, te pedimos que, al levantarnos mañana, le imitemos también resucitando a una vida nueva.

La conclusión de Completas, finalmente, significa con toda claridad el sentido principal de la Hora:

El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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