Esa es mi teoría. Muchos de los que hoy llamamos alejados son personas que aparecen por las iglesias por los motivos más diversos. Difícil es que alguien no tenga que pisar un templo, aunque no sea más que por puro compromiso social en forma de bautizo de un sobrino, boda de la prima Perenganita, la comunión de mi Josemari o el funeral de la abuela de Mengánez. Añádase a esto la procesión de San Roque en el pueblo o la fiesta del pueblo del veraneo. Difícilmente uno puede mantenerse al margen de las celebraciones de la Iglesia católica, aunque solo sea por puro ambiente social. Por tanto, ya ven que venir, vienen.
¿Y eso de que los volvemos a echar?
Las celebraciones a las que suelen acudir los alejados son aquellas que poseen un fuerte componente social y donde los sacerdotes somos conscientes de que muchos de los asistentes son, cuando menos, alejados o incluso anti católicos. La conclusión es que equivocadamente, creo yo, intentamos hacer cosas “acogedoras”, “amables”, “bonitas”, “chupilerendis” y “tope guay”. Es curioso, por ejemplo, la cantidad de innovaciones, novedades, ocurrencias y demás gaitas que uno puede encontrarse, por ejemplo, en una primera comunión.
A muchas me ha tocado asistir por la cosa de los sobrinos y resobrinos, amén de amigos y demás familiares. En la parroquia de A. las lecturas se hacen siempre dialogadas por tres niños y se reparte resumen en cartulina a los fieles. En la de B. salen los niños en el evangelio a por unas cintas que unen cada familia con la Palabra de Dios. En la de C. se aplaude tras la consagración, en la D. los niños están toda la misa con el sacerdote y proclaman con él la plegaria eucarística, y en la E. comulgan todos los fieles porque dice el sacerdote que en un día tan especial no se va a quedar nadie sin recibir a Jesús. Añadan palmas, gestitos de los niños, ofrenda de balón y libro de catequesis ¿original, eh? y aplauso final.
No se pierdan los funerales, donde, indefectiblemente, el difunto es colocado en el cielo directamente por infalibilidad del celebrante que afirma, por vana pretensión de congraciarse con familiares y demás asistentes, que el interfecto, independientemente de su credo, moral, tipo de vida y demás accidentes, está gozando de la visión beatífica desde el mismo instante de su salida de este mundo, con lo que se carga la fe, los mandamientos, la gracia, el juicio, el purgatorio y todo lo cargable.
Hartos estamos de videos con celebrantes vestidos de Superman, bailes de todo tipo, clase y especie. Hasta el moño de bautizos con el ritual modificado por obra y gracia del padre Gundisalvez que, en irresistible iluminación desde lo alto, ha decidido suprimir del ritual la obligada referencia al pecado original.
En resumidas cuentas. Que aquí nos aparece un alejado en cualquier celebración y se encuentra con una cosa infantiloide, ñoña, una predicación del todo insulsa, un hacer el ridículo los celebrantes que causan vergüenza ajena, amén de la afirmación que da igual que venga a la iglesia o no, haga lo que haga o viva lo que viva porque va a llegar al cielo directo en cualquier caso.
Conclusión: que para una vez que viene descubre que ha hecho bien en no venir y que para ver y escuchar lo que se ve y escucha, mejor se dedica a otra cosa. Y nosotros, los curas, pensando que, gracias a nuestra espontaneidad y libertad de espíritu, la gente va a llenar nuestras parroquias. ¿Comprenden el titular? Venir, vienen, pero para afianzarse que mejor donde están.
Ahora falta el listo de turno: y entonces, según usted, ¿qué hay que hacer? Facilito, facilito: celebrar con dignidad, predicar con el catecismo en la mano y ser serios. Recuerdo, hace años, una oración matutina en una pequeña iglesia en Armenia. Apenas el celebrante, otro sacerdote y una viejecita. Pero qué caramba, aquello impresionaba: desde las vestiduras al canto, pasando por los gestos. Volverás o no, pero desde luego no sales diciendo que vaya chorrada. Igual que en nuestras primeras comuniones.
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