Estirpes y generaciones

A Romeo (con permiso de Julieta)

Querido Romeo: he vuelto a leer vuestra historia tal como la imaginó Shakespeare y otra vez me he enfadado con su autor por no haberse atrevido a redactar un final feliz. ¡Qué ganas de convertirlo todo en tragedia! La leyenda de vuestros amores merecía un happy end a la americana con beso y fiestón familiar incluidos.  Claro que "Romeo y Julieta" en versión de comedia romántica no habría tenido el mismo éxito. Me temo que, para pasar a la historia de la literatura, es mejor el drama que el sainete.  
Tuviste mala suerte, Romeo. Te enamoraste en el peor momento de la chica menos adecuada. Eras un Montesco, y jamás se había oído decir que uno de tu familia se fijase en una Capuleto. En tu tiempo pertenecer a una estirpe significaba aceptar una herencia irrenunciable de odios y amores ancestrales, sólidos como rocas, que se recibían con orgullo como un título nobiliario, y se mantenían con uñas y dientes como si estuviera en juego el honor de todo el linaje.
Julieta y tú habríais renunciado con gusto a vuestro nombre con tal estar juntos hasta la muerte, porque, como te dijo ella desde su balcón “¿qué es «Montesco»? No es mano, ni pie, ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo. Lo que llamamos rosa ¿acaso sería menos fragante si llevara otro nombre…?"
Tenía razón tu  novia, pero las cosas son como son. Y desde que Caín mató a Abel, los humanos tendemos a pelearnos unos contra otros individual y colectivamente: romanos contra cartagineses, judíos contra árabes, moros contra cristianos, béticos contra sevillistas…, y, naturalemente, los Corleone contra los Bonanno, Los Montesco contra los Capuleto… Ya lo decía Hobbes :  homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre.  
Claro que las cosas han cambiado mucho en los últimos siglos. Ahora las batallas entre estirpes se han convertido en algo marginal, propio de la vieja mafia siciliana o de algunos pueblos anclados en la Edad Media. Las estirpes languidecen. Ya casi nadie presume de la nobleza de su familia. Hasta los aristócratas ocultan con pudor sus títulos nobiliarios.
¿Significa eso que hemos mejorado? No estoy muy seguro. El odio siempre acaba por abrirse paso y en estos últimos cien años se ha vestido de todos los colores: blancos contra negros, rojos contra azules, arios contra judíos, rubios contra pardos…
Pero yo no querría hablarte de eso, sino de una rivalidad nueva —no la llamaré odio— que desde hace un siglo aproximadamente se ha instalado en nuestra sociedad y que, en mi opinión, no es natural ni, por supuesto, inocente. Me refiero a la lucha entre generaciones.
Coinciden los expertos en que la división vertical de la sociedad —por familias o linajes— ha sido sustituida por una segmentación horizontal. Ahora ya no importa si eres Montesco o Capuleto; marqués o descendiente del Zar; lo que cuenta es el año en que naciste. Ese año definirá tu identidad tribal, la música que oigas, la jerga que hables, la ropa que vistas y, si me apuras, hasta el partido en que milites.
Siempre ha habido generaciones distintas, claro, pero nunca tantas ni tan efímeras. El tiempo se acelera, las décadas pasan volando por nuestra vida y nos hacen envejecer diez minutos después de haber alcanzado la adolescencia.
Los políticos totalitarios y los grandes poderes económicos fomentan descaradamente la guerra entre generaciones. A una masa de jovencitos emancipados, sin la protección de su familia y conectados en vena a Internet, se les puede vender cualquier idea y cualquier moda indumentaria.
Con notable descaro lo confesaba hace poco una profesional de la "nueva política". Explicaba este personaje que "la familia convencional" es insana porque se opone a la autonomía de los hijos. Quería decir, supongo, que los niños liberados son clientela fácil para su ideología.
En resumen, que prefiero las estirpes a las generaciones. Mejor tener raíces que volar sin alas. Mejor recibir la savia de los antiguos que los virus, sin filtro, de Google.
Eso sí, que la savia esté limpia de odios. Montescos y Capuletos deben coexistir en paz y armonía. 


05:52

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