“Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Estas palabras que acabamos de escuchar en la Primera Lectura nos recuerdan el cuidado que Dios tiene de sus criaturas.
La seguridad de que somos hijos de Dios lleva al cristiano a sentirse protegido en medio de los acontecimientos de su vivir diario. “No lo olvidéis –dice San Josemaría-, el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y señorío propio de los que aman al Señor por encima de todas las cosas”.
“Descansa sólo en Dios, alma mía”, reza el Salmo Responsorial. Quiere el Señor que vivamos con la confianza que Él tenía en el Padre, que sólo se podría comparar con la de un niño pequeño con sus padres. Jesús llamaba a Dios Abba, una palabra que, según la costumbre hebrea utilizaría en su más tierna edad para referirse a San José, pero que siguió empleándola siempre, contra toda costumbre, para dirigirse a su Padre celestial.
Ante Dios Creador del Universo debemos vernos como un niño de pocos meses. Es un logro difícil pero no imposible si contamos con la ayuda de lo Alto. Si muriera ese niño que todos llevamos dentro, nos volveríamos escépticos, críticos, calculadores, perderíamos el sentido del humor, el juego, la confianza… Una reserva importante, casi indispensable, para afrontar los desafíos que, como cristianos, se nos presentan en la vida adulta.
A nuestro alrededor hay familiares, amigos, conocidos, soportando un bombardeo continuo de mensajes que pueden desconcertarles y debilitar la confianza en Dios y en los demás. ¡Cuánta opinión encontrada! ¡Cuánta información interesada o veraz e inmediatamente desmentida! Sabemos lo que un comentarista político, económico, cultural, deportivo…va decir según sea el periódico o revista en que escriba. Hay clanes que se ignoran unos a otros y, si no perteneces a ellos, eres un apestado.
Es preciso que no se debilite en nosotros la esperanza, que sople sobre ese osario del desaliento, sabiendo que, como reza la antífona de la Misa de hoy, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo –dice el Señor. Dios nos ayudará a componer lo que se ha roto en mi vida, en mi familia, en mi entorno, cuando Él quiera y como Él quiera.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 6, 24-34)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –«Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»
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