Lunes 06 de Febrero de 2017
San Pablo Miki, presbítero, y compañeros, mártires
(MO). Rojo.
Pablo Miki nació en Kyoto, Japón, entre 1564 y 1566. Era un catequista que había decidido ser sacerdote. Por orden del emperador Toyotomi Hideyoshi, los misioneros extranjeros fueron expulsados de Japón. Sin embargo, muchos se quedaron de incógnito. El 9 de diciembre de 1593 fueron arrestados misioneros franciscanos, jesuitas y laicos, entre los que se encontraba Pablo Miki. Luego de padecer la tortura, fueron crucificados en Nagasaki.
Antífona de entrada Sal 94, 6-7
Vengan, inclinémonos para adorar a Dios, doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó; porque él es nuestro Dios.
Oración colecta
Señor, fortaleza de todos los santos, que por la cruz llamaste a la vida eterna a los santos Pablo Miki y sus compañeros; concédenos por su intercesión la gracia de conservar con firmeza, hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo...
Oración sobre las ofrendas
Padre santo, acepta los dones que te presentamos en la conmemoración de tus santos mártires, y concédenos la gracia de permanecer firmes en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
Antífona de comunión cf. Sal 106, 8-9
Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres, porque él sació a los que sufrían sed y colmó de bienes a los hambrientos.
O bien: Mt 5, 4. 6
Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Oración después de la comunión
Señor, que manifestaste admirablemente en los santos mártires el misterio de la cruz; concédenos por tu bondad que, fortalecidos por este sacrificio, permanezcamos fielmente unidos a Cristo y trabajemos en la Iglesia por la salvación de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
Lectura Gn 1, 1-19
Lectura del libro del Génesis.
Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: “Que exista la luz”. Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el primer día. Dios dijo: “Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una separación entre ellas”. Y así sucedió. Dios hizo el firmamento, y éste separó las aguas que están debajo de él, de las que están encima de él; y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el segundo día. Dios dijo: “Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme”. Y así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces dijo: “Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla, y árboles frutales que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro”. Y así sucedió. La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el tercer día. Dios dijo: “Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra”. Y así sucedió. Dios hizo los dos grandes astros –el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las estrellas. Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el cuarto día.
Palabra de Dios.
Comentario
“La confesión de fe en Dios Creador no es fruto de una especulación racional, sino el resultado de un encuentro con Dios (...) Desde ese encuentro con Dios Padre de todas las cosas, el creyente vuelve nuestra mirada hacia la creación y la ve de una manera nueva. No como camino hacia su Autor, sino como Su obra, amándola, cuidándola y colaborando para que ella ‘crezca y se multiplique’.
Sal 103, 1-2a. 5-7. 10. 12. 24. 35c
R. ¡Bendice, alma mía, al Señor!
¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás! R.
El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas; pero tú las amenazaste y huyeron, escaparon ante el fragor de tu trueno. R.
Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas. R.
¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice al Señor, alma mía! R.
San Pablo Miki, presbítero, y compañeros, mártires
(MO). Rojo.
Pablo Miki nació en Kyoto, Japón, entre 1564 y 1566. Era un catequista que había decidido ser sacerdote. Por orden del emperador Toyotomi Hideyoshi, los misioneros extranjeros fueron expulsados de Japón. Sin embargo, muchos se quedaron de incógnito. El 9 de diciembre de 1593 fueron arrestados misioneros franciscanos, jesuitas y laicos, entre los que se encontraba Pablo Miki. Luego de padecer la tortura, fueron crucificados en Nagasaki.
Antífona de entrada Sal 94, 6-7
Vengan, inclinémonos para adorar a Dios, doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó; porque él es nuestro Dios.
Oración colecta
Señor, fortaleza de todos los santos, que por la cruz llamaste a la vida eterna a los santos Pablo Miki y sus compañeros; concédenos por su intercesión la gracia de conservar con firmeza, hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo...
Oración sobre las ofrendas
Padre santo, acepta los dones que te presentamos en la conmemoración de tus santos mártires, y concédenos la gracia de permanecer firmes en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo nuestro Señor.
Antífona de comunión cf. Sal 106, 8-9
Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres, porque él sació a los que sufrían sed y colmó de bienes a los hambrientos.
O bien: Mt 5, 4. 6
Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Oración después de la comunión
Señor, que manifestaste admirablemente en los santos mártires el misterio de la cruz; concédenos por tu bondad que, fortalecidos por este sacrificio, permanezcamos fielmente unidos a Cristo y trabajemos en la Iglesia por la salvación de todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor.
Lectura Gn 1, 1-19
Lectura del libro del Génesis.
Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: “Que exista la luz”. Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el primer día. Dios dijo: “Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una separación entre ellas”. Y así sucedió. Dios hizo el firmamento, y éste separó las aguas que están debajo de él, de las que están encima de él; y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el segundo día. Dios dijo: “Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme”. Y así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces dijo: “Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla, y árboles frutales que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro”. Y así sucedió. La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el tercer día. Dios dijo: “Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra”. Y así sucedió. Dios hizo los dos grandes astros –el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las estrellas. Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: éste fue el cuarto día.
Palabra de Dios.
Comentario
“La confesión de fe en Dios Creador no es fruto de una especulación racional, sino el resultado de un encuentro con Dios (...) Desde ese encuentro con Dios Padre de todas las cosas, el creyente vuelve nuestra mirada hacia la creación y la ve de una manera nueva. No como camino hacia su Autor, sino como Su obra, amándola, cuidándola y colaborando para que ella ‘crezca y se multiplique’.
Sal 103, 1-2a. 5-7. 10. 12. 24. 35c
R. ¡Bendice, alma mía, al Señor!
¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás! R.
El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas; pero tú las amenazaste y huyeron, escaparon ante el fragor de tu trueno. R.
Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas. R.
¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice al Señor, alma mía! R.
Aleluya cf. Mt 4, 23
Aleluya. Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino y sanaba todas las dolencias de la gente. Aleluya.
Evangelio Mc 6, 53-56
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Después de atravesar el lago, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban sanos.
Palabra del Señor.
Comentario
Jesús es fuente de sanación porque es fuente de vida. Lo que él hace no es magia, sino expresión del deseo del Padre de que la creación no se pierda. Por eso deja que los necesitados lo rodeen, que los que se sienten apartados y marginados lo busquen, y que los enfermos lo toquen. A todos, él da vida.
Oración introductoria
Señor, creo en tu capacidad de curar física y espiritualmente. Me acerco a Ti en esta oración enfermo y débil espiritualmente, confío en tu deseo de sanarme y fortalecerme. Te ofrezco humildemente mi vida, herida por el cáncer del amor propio, el orgullo y la autosuficiencia y me abandono en tu misericordia. Pido a la santísima Virgen de Lourdes que interceda por mí.
Petición
Señor, sana mi alma y mi corazón. Ayúdame a hacer lo que necesito hacer, para mantenerme siempre en gracia.
Meditación
Hoy, en el Evangelio del día, vemos el magnífico "poder del contacto" con la persona de Nuestro Señor: «Colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados» (Mc 6,56). El más mínimo contacto físico puede obrar milagros para aquellos que se acercan a Cristo con fe. Su poder de curar desborda desde su corazón amoroso y se extiende incluso a sus vestidos. Ambos, su capacidad y su deseo pleno de curar, son abundantes y de fácil acceso.
Este pasaje puede ayudarnos a meditar cómo estamos recibiendo a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión. ¿Comulgamos con la fe de que este contacto con Cristo puede obrar milagros en nuestras vidas? Más que un simple tocar «la orla de su manto», nosotros recibimos realmente el Cuerpo de Cristo en nuestros cuerpos. Más que una simple curación de nuestras enfermedades físicas, la Comunión sana nuestras almas y les garantiza la participación en la propia vida de Dios. San Ignacio de Antioquía, así, consideraba a la Eucaristía como «la medicina de la inmortalidad y el antídoto para prevenirnos de la muerte, de modo que produce lo que eternamente nosotros debemos vivir en Jesucristo».
El aprovechamiento de esta "medicina de inmortalidad" consiste en ser curados de todo aquello que nos separa de Dios y de los demás. Ser curados por Cristo en la Eucaristía, por tanto, implica superar nuestro ensimismamiento. Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes ante la suerte de los hermanos. Una espiritualidad eucarística, entonces, es un auténtico antídoto ante el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al redescubrimiento de la gratuidad, de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia, con particular atención en aliviar las heridas de aquellas desintegradas».
Cuando se trata de una “enfermedad” del alma (habitualmente, palpable externamente), como puede ser que un hijo, un hermano, un pariente no asista a Misa los domingos, aparte de rezar conviene hablarle del remedio, tal vez transmitiéndole de palabra algún pensamiento o alguna orientación motivadora.
Todas las personas tienen necesidad del Salvador. Cuando no acuden a Él es porque todavía no le han reconocido, quizá porque nosotros todavía no hemos sabido anunciarle. El hecho es que, en cuanto le reconocían, «colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar la orla de su manto» (Mc 6,56). Jesús curaba tanto más cuanto había algunos que «colocaban» (ponían al alcance del Señor) a los que más urgentemente necesitaban remedio.
Igual que aquellos que fueron curados de sus enfermedades tocando sus vestidos, nosotros también podemos ser curados de nuestro egoísmo y de nuestro aislamiento de los demás mediante la recepción de Nuestro Señor con fe.
Propósito
Ofrecer a la Virgen de Lourdes un rosario por todas las personas enfermas, física o espiritualmente, para que encuentren consuelo en Cristo.
Diálogo con Cristo
Jesús, qué ciego he sido al temer más a la enfermedad o a los problemas cotidianos de la vida que al pecado. He abusado de tu eterna misericordia al no esforzarme por dominar mi debilidad, por eso suplico a la Virgen de Lourdes que me guíe para saber resistir la tentación.
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