Nos hemos tragado el aborto como el que se traga un caramelito de anís. Tanto, que ya ni se toca el tema. Lo único, la facultad otorgada a cada sacerdote para poder absolver el pecado de aborto, cuando antes era un pecado reservado. Bien y mal. Bien porque se facilita la confesión, mal porque lo que se puede colegir de esto es que la gravedad del aborto queda de alguna manera atenuada.
Ahora toca el camino a la eutanasia y el suicidio asistido. Poco a poco se nos va colando so capa de bondad, humanidad y bonhomía, pero se cuela. La Iglesia siempre ha afirmado -eso creía un servidor- que una cosa es poner medios extraordinarios para prolongar una vida como sea, otra procurar que el final de la vida se produzca con comodidad y ausencia del dolor para el enfermo, aunque esto pudiera acelerar de alguna manera su final, y otra muy diferente provocar su muerte de forma deliberada, bien por petición propia, bien por decisión médica. A esto la Iglesia siempre ha dicho no con rotundidad de Pedro Sánchez: no es no.
Bien, pues lo de la eutanasia, es decir, la muerte directamente provocada, también se nos va introduciendo en nuestra mentalidad cotidiana hasta el punto de que en algunos lugares ya ni siquiera se plantean su moralidad, sino que han saltado directamente a plantear si es lícito administrar los últimos sacramentos al enfermo que libremente pide que se acabe con su vida acudiendo al suicidio asistido.
Pues aquí tenemos al obispo de Chur (Suiza), Mons. Vitus Huonder, que ha ordenado a sus sacerdotes que denieguen los últimos sacramentos a quienes eligen morir mediante eutanasia, explicando que «en dicha circunstancia, no se dan los requisitos previos para la recepción de los sacramentos». Perfecto. Claro como el agua clara. Entendido.
Ja. Que te lo has creído. Porque las nuevas directrices pastorales de las diócesis canadienses del Atlántico permiten que los sacerdotes den la Comunión y la Unción de Enfermos y absuelvan de sus pecados a los que pretenden suicidarse con auxilio médico, según la ley canadiense. La decisión será tomada por cada sacerdote, después de un «encuentro pastoral» con el interesado y su familia.
Atención. Mucha atención. Porque esto de que las cosa se decidan después de un “encuentro pastoral” me suena ya de otras cosas. Me suena a que no, pero sí, pero depende, que según las circunstancias, que habrá que evaluar, que ya veremos y que lo importante es quererse mucho.
Los católicos de a pie se están hartando no por días, sino por segundos, y tienen la muy fundada impresión, la cual yo comparto, de que esto es un cachondeo, y tienen el derecho a preguntar a sus obispos por las cosas que no entienden, y tienen el derecho a que se les responda con claridad y no en según la opinión de cada uno, porque estos católicos de a pie y paganos de cartera, quieren ideas claras y que se les hable clarito, y ven que tararí que te ví. Sí, derecho a respuestas y no a que se les tache una vez más de fundamentalistas y amargados.
A ver, señores obispos: ¿la eutanasia, el suicidio asistido son moralmente aceptables? ¿Sí? Pues vayan corrigiendo el catecismo: “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable“.
¿No? Pues entonces de sacramentos nada. Digo yo. Y dice el obispo de Chur. Lo que pasa es que las diócesis canadienses del Atlántico dicen sí. Y el Vaticano no sabe, no contesta.
Hasta las narices. ¿Comprenden?
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