No es simplemente que haya calado en nosotros el espíritu navideño; que ojalá también; y que dure, y dure, y dure: como aquellas pilas…
Lo dijo Ludwig van Beethoven: “No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad”. ¡Qué bien suena!
Y hoy lo cantan a coro en las redes sociales (incluso en las profesionales, como LinkedIn): “Es importante ser inteligente, tener talento, títulos; y ser buen líder; pero… más importante es ser buena persona”.
Y la gente, venga a compartir, a recomendar o a darle a me gusta. Y no, no es simplemente que haya calado en nosotros el espíritu navideño; que ojalá también; y que dure, y dure, y dure: como aquellas pilas…
La gente lo aplaude porque es algo de sentido común: las mejores herramientas −como la inteligencia− son magníficas… si las empleas para un buen fin; si no, pueden ser terribles. O simplemente estériles, si es por un egoísta interés. Por ello, ya nos advertía François de La Rochefoucauld que “no se debe juzgar a un hombre por sus cualidades, sino por el uso que hace de ellas”.
Nuestra sociedad necesita que tú y aquél… y yo cultivemos y hagamos buen uso de las cualidades que se nos hayan dado. Y que pulamos (lijemos, cepillemos o hasta cincelemos −ojalá−) nuestros defectos. O, al menos, que los tengamos siempre en off. Que ya nos prevenía un profesor del IESE: “Si te sale un colaborador perverso, pídele a Dios que te salga vago, porque como te salga activo, te hunde” (enlace).
La inteligencia, títulos, cargos, etc., están bien como medio; pero no son lo primordial. Tratar de ser una buena persona, aunque haya que trabajarlo −lo que vale, cuesta− es esencial. Y no me refiero a que seamos lo que comúnmente se denomina unos benditos. Aludo a ser hombres o mujeres de bien.
A veces, se nos invita a admirar como ‘referentes’ a personajes mediáticos, famosos −por decir algo−, con popularidad, poder o incluso con determinadas cualidades… que no destacan, precisamente, por ser benéficos… ¡Ojo con los que quieren ‘hacer caja’ −y no solo económica− con esas estrategias! Ellos también pueden ser inteligentes, o poderosos… pero les falta algo esencial: unos cuantos gramos de bondad. Y tú no puedes ser un canelo ante determinados cantos de sirena.
«Hay que reivindicar, sin complejos, la bondad
Eso no es ser un blandito: es más, en no pocas ocasiones exige su dosis de esfuerzo y hasta de coraje. ¡Qué te voy a contar!
Sí, ya sé que a veces puedes encontrar como respuesta inicial a tu bonhomía la bofetada; o la ingratitud; o el silencio; al menos de tejas abajo.
Hemos empezado con Beethoven. Déjame traer ahora a colación a John Lennon: “Cuando hagas algo noble y hermoso y nadie se dé cuenta, no estés triste. El amanecer es un bello espectáculo y sin embargo la mayor parte de la audiencia duerme todavía…”.
Te lo confieso: leer en LinkedIn eso de que lo más importante es ser buena persona me encantó. Estoy un poco hartito de que algunos crean que para ‘triunfar’ (¿merece la pena una ‘victoria’ así?) haya que ser un killer. Y pisar, machacar o patear a los demás. O aplicar aquello de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Pero si no les gustan, tengo otros”.
«Todo esto que te cuento me trae a la memoria una entrevista a Howard Gardner
Sí, hombre, sí; la que le hicieron a este neurocientífico, autor de la teoría de las inteligencias múltiples, profesor de Harvard, etc. Te la recomiendo vivamente (enlace).
En ella, el también Premio Príncipe de Asturias, que de tonto no tiene un pelo (y mira que peina canas), sentenciaba: “Una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional”.
Gardner señala cómo en un momento dado empezó a preguntarse “por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas triunfadoras y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas mismas”. Y añade: “En realidad, las malas personas no pueden ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes… Lo que hemos comprobado es que los mejores profesionales son siempre ECE: excelentes, comprometidos y éticos… No alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética… Sin principios éticos puedes llegar a ser rico, sí, o técnicamente bueno, pero no excelente”.
Gardner tiene razón. Toda la razón.
Déjame que te traiga a unos cuantos ‘famosos’ de diversa época y perfil para reforzar sus tesis:
1. Theodore Isaac Rubin aseveraba que ser bondadoso es más importante que ser sabio, y entender esto es el principio de la sabiduría.
2. Pío Baroja escribía: “No me admira el ingenio, porque se ve que hay muchos hombres ingeniosos en el mundo. Tampoco me asombra que haya gente con memoria, por grande y portentosa que sea, ni que haya calculadores; lo que más me asombra es la bondad, y esto lo digo sin el menor asomo de hipocresía”.
3. José Antonio Marina señala que “la mayor creación de la inteligencia es la bondad”.
4. Santiago Álvarez de Mon pone en cuarentena el concepto de liderazgo. Defiende uno auténtico frente a los carismáticos, maquiavélicos o paternalistas: he intentado, afirma, despojar de contenido la palabra líder −etérea y tramposa− y reivindicar la palabra persona, profunda y real. Ahora que llegan los Reyes, te recomiendo su libro El mito del líder. Te gustará.
5. Podría seguir tecleando… pero por el bien, propio y ajeno, por la convivencia familiar −y por la razón que tiene−, concluyo con esta de Marco Aurelio: “No discutas acerca de si puede existir en el mundo un ser humano bueno y recto: urge que tú lo seas”.
A por ello: que suena bien… ¡Y no solo en Navidad!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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