(413) Santo Tomás Becket: el martirio es malo para la salud

Santo Tomás Becket +1170

–¿Pero qué está usted diciendo?

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–Biografía

Tomás Becket nace de unos padres burgueses en Londres (1118) y muere en Canterbury (1170). Un amigo de su padre, que se sentía atraído por las hermanas de Tomás, le enseñó las buenas maneras, y lo inició en la equitación y la caza, lo que le permitió participar en justas y torneos. Hizo en la abadía de Merton estudios jurídicos civiles y canónicos, y estudió teología en París y Bolonia. Al regresar a Inglaterra, el arzobispo de Canterbury, apreciando sus cualidades, lo tomó a su servicio, encomendándole varias veces gestiones en la Santa Sede. En 1154 fue nombrado Arcediano de Canterbury y en 1155 Enrique II de Inglaterra lo nombró Canciller del reino, teniendo Tomás 37 años.

Quiso el Rey ampliar sus poderes, no sólo sobre su reino, sino también sobre la Iglesia, eliminando ciertos privilegios ancestrales del clero. El joven Canciller, que pronto fue compañero del rey en sus aventuras de caza y diversiones, y servidor fiel de sus mandatos, resistió oculta y diplomáticamente los proyectos reales de dominio sobre la Iglesia. El rey, conociendo sus cualidades, envió a su hijo Enrique a vivir en la casa de Becket, según costumbres de la época. Y cuando murió el Arzobispo de Canterbury, le confió esta Sede primada, a pesar de ciertas resistencia que tuvo por parte del Capítulo catedralicio. Fue consagrado en 1163, cuando tenía 45 años. Canterbury era la sede primada de la Iglesia en Inglaterra, porque en el 597 desembarcó en ella el monje San Agustín y sus compañeros, iniciando allí la evangelización de la nación.

La «carrera» de Tomás Becket no podía ser hasta entonces más brillante y prometedora. Pero desde que fue consagrado como Primado de la Iglesia en Inglaterra, cambió completamente su vida, vivió con austeridad monástica y defendió con absoluta firmeza los derechos de la Iglesia, resistiendo los intentos del rey.

Desde el momento en que fue consagrado, una transformación radical se operó en el nuevo Primado, causando gran impresión en el reino. El cortesano alegre y amante de los placeres se transformó en un pastor de vida austera, dedicado totalmente al servicio de la Iglesia. Habiendo recibido del papa Alejandro III el palium cardenalicio en el concilio de Tours (1163), se empeñó  en neutralizar los proyectos reales de dominio sobre la Iglesia que antes había colaborado a aplicar. Luchó concretamente por conseguir la abolición de la jurisdicción civil sobre la Iglesia, la libre elección de los Obispos y mantener las propiedades eclesiásticas.

El rey reaccionó contra el Primado, y convocó en Westminster (1163) una asamblea del clero, en la que los altos Prelados se mostraron dóciles a sus injustas pretensiones, con la arriesgada excepción del Arzobispo de Canterbury. Aunque aceptó con reservas ciertos compromisos, la cuestión quedó sin resolver.  Enrique II, viéndose frustrado, convocó al clero en Clarendon (1164), y exigió la aceptación de un documento de 16 demandas, una de las cuales declaraba la independencia de Roma y la sujeción del clero al rey.

No halló mayor resistencia en la Jerarquía eclesiástica y el alto clero. Pero el Arzobispo Primado Becket se negó a firmar el tratado. Después de negociaciones fracasadas, el rey convocó el Gran Consejo en Northampton (1164), ante el cual Becket era acusado de oponerse a la Autoridad real y de abusar de su condición de Canciller. El Arzobispo Becket negó el derecho del Consejo para juzgarlo, y apeló al Papa. Pero viendo su causa perdida, se exiló voluntariamente a la diócesis de Sens, en Francia, donde se encontró con el papa Alejandro III, que apoyó su causa, resistiendo a los enviados del rey inglés. También le ofrece su protección el rey de Francia, Luis VII.

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En 1170 el Papa amenazó al rey Enrique con la excomunión, y éste, para evitar lo que podría hacerle perder su reinado, aceptó llegar a acuerdos que permitieran a Becket regresar a Inglaterra y continuar en su ministerio. Pero el conflicto seguía siendo irreconciliable. El rey se negó a devolver las propiedades eclesiásticas que había invadido, y el Arzobispo preparó la sanción de cuantos habían realizado el atropello y contra los Obispos que lo habían secundado. Becket regresó a Inglaterra (3-XII-1170), y recuperó la sede de Canterbury.

Pero un acuerdo satisfactorio se mostraba imposible. Dos frases del rey enfurecido, aunque no consta su autenticidad, determinaron la suerte del Arzobispo: «¿no habrá nadie capaz de librarme de este cura turbulento?» y «es conveniente que Becket desaparezca». Cuatro caballeros anglo-normandos, conjurados para la defensa del poder real, y atentos de paso a ganarse el favor del rey, asesinaron al Arzobispo Tomás Becket el 29 de diciembre de 1170 en la Catedral de Canterbury, mientras el Primado asistía al rezo de las Vísperas con la comunidad monástica.

El lenguaje de los mártires es sumamente elocuente, preciso y claro, y cualquier persona de buena voluntad lo entiende.  Martis: testigo; martirion, testimonio. Todos los cristianos de Europa consideraron a Becket como mártir de Cristo y de la Iglesia, y a los tres años de su muerte Alejandro III lo canonizó (12-VII-1174). Es posible que sin su martirio no hubiéramos tenido a San Juan Fisher, obispo (+1535) y a Santo Tomás Moro, canciller (+1535), y que éstos hubieran mantenido con la Autoridad suprema unas relaciones, digamos, más positivas.

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Comentario

1. «Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos» (Mt 22,14). Jesucristo vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Y nos dejó dicho: «Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (13,15). Ergo muchos, es decir, todos los cristianos estamos llamados a dar testimonio (martyrion) de la verdad. Todos. Pero pocos son los elegidos, los que realizan fielmente su vocación. Los más resisten esta gracia.

2. Para evitar el martirio hay cien razones: «Si me cortan la cabeza [podría haberse dicho el Bautista] no podré desempeñar mi oficio de profeta, sería infiel a mi vocación». «Si no evito el martirio, mis hijos habrán de sufrir graves daños y perjuicios. Así que “por el bien de mis hijos” lo evitaré». «El discernimiento ha de considerar caso por caso qué es lo más conveniente». «¿Y qué será de mi diócesis?»… Razones serias graves –falsas, por supuesto–.

3. Para aceptar la gracia del martirio y dar testimonio de la verdad sólo hay una razón, y es Cristo quien la da bien clara. Y atención, «decía a todos (sic): el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9,23).

4. El mártir casi siempre se encuentra muy solo. Dios está con él. Pero los compañeros… «abandonándolo, huyeron todos» (Mc 14,50).

4. El martirio es muy malo para la salud física. Por empeñarse en dar testimonio de la verdad, Cristo murió crucificado. Juan Bautista y Esteban practicaron el martirio; uno fue decapitado y el otro apedreado. Y así tantos, también el Arzobispo Primado de Inglaterra, Mons.Thomas Becket. Y mira que sus propios amigos se lo habían avisado…

5. El martirio sólo es bueno para la salud espiritual. Es decir, en orden a la vida eterna. «Porque quien quisiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiere su vida por amor a mí, la salvará» (Lc 9,24).

6. Hoy el martirio es poco frecuente en obispos y párrocos, en teólogos y religiosos, en políticos, periodistas e intelectuales. Y algunos piensan y dicen –aunque el dato es muy dudoso– que cuando se da, es más bien entre los laicos. Quizá porque son más numerosos (ejem, ejem)…

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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