Homilía para la Solemnidad de Santa María Madre de Dios 2016.-
El Señor te bendiga y te proteja
Haga resplandecer su rostro sobre ti
Y te conceda su favor.
Que el Señor te mire con benevolencia
Y te conceda la Paz
Esta bendición solemne tiene al menos dos mil cuatrocientos años y expresa una aspiración que está siempre latente en el corazón de cada persona de buena voluntad, una aspiración, sin embargo, frecuentemente frustrada.
Esta noche cerramos, como decía un autor anónimo, un volumen más del libro de nuestra vida, cuando comenzamos ese libro, al inicio del año pasado, podíamos hacer con él lo que quisiéramos, un poema, una pesadilla, una blasfemia, un sistema, una oración, etcétera. Pero el “podíamos” se ha resuelto en lo estrictamente hecho, como mundo, como Iglesia, como familia, como individuos. Y quizás en ese libro además de todas las cosas buenas, hay pecados, hay errores, en definitiva hay falta de Paz.
Razón de más para volvernos a la gruta de Belén y encontrar todo como le fue anunciado a los pastores: “encontraron a María, a José y al Niño, recostado en el pesebre”, el origen de nuestra fe cristiana nos da derecho, entre tanta falta de paz, a la ternura, del mayor milagro: un hijo, una madre, un padre que hace las veces de Dios.
Celebramos la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Se le ha dado ese título en el nuevo calendario litúrgico revisado. La denominación pone claramente de manifiesto que se trata de una fiesta de Nuestra Señora, y que tiene por objeto honrar su maternidad divina con la solemnidad conveniente. Antes de cambiarse el título en 1969, se conocía la fiesta como la “Circuncisión de nuestro Señor”. También se conmemora esto, la imposición del nombre de Jesús al niño de María, pero el objeto principal de la fiesta es la maternidad virginal de María, contemplada a la luz de la navidad.
De hecho, la liturgia de este día tuvo siempre un marcado carácter mariano, de manera que el cambio de título sirve casi exclusivamente para explicar lo que estaba implícito en la misa y en el oficio de la octava de navidad. Los historiadores de la liturgia saben, desde hace mucho tiempo, que esta fiesta del 1 de enero es, sorprendentemente, la celebración más antigua en honor de Nuestra Señora en la liturgia romana. Las antífonas, que exaltan la maternidad divina de María, están tomadas del oficio antiguo y han sido utilizadas durante varios siglos. He aquí un bello ejemplo, tomado de Laudes:
«La madre ha dado a luz al rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya.»
Los padres griegos aplicaron a María el título Theotokos (portadora de Dios) ya en el siglo III. Los concilios de Éfeso y de Calcedonia defendieron este título. En Occidente, María fue venerada de forma similar como Dei Genitrix (Madre de Dios). En el antiguo canon romano es conmemorada como la “siempre virgen madre de Jesucristo nuestro Señor y Dios”.
En palabras del beato Pablo VI, “el tiempo de navidad es una conmemoración prolongada de la maternidad divina, virginal y salvífica de aquella cuya virginidad inviolada dio el Salvador al mundo”. La fiesta de hoy es un resumen y una exaltación de este misterio. Tiene por finalidad “exaltar la singular dignidad que este misterio reporta a la santa Madre a través de la cual recibimos al Autor de la vida”. (Marialis cultus, 5).
En el texto del Evangelio, que hemos proclamado, vemos a los pastores llegar a Belén y encontrar no solamente al recién nacido acostado en un pesebre, sino también a María y a José –la sagrada familia que hemos celebrado el domingo.
Estos humildes pastores representan a toda la humanidad. Ellos son los primeros, después de María y José, en ver a Jesús. Ellos prefiguran los discípulos y los apóstoles, así como a todos los pequeños que reciben su mensaje. Después de haber visto, ellos cuentan todo lo que les fue anunciado en relación a este niño. Lo que ellos vieron (un pequeño niño en el lugar donde comen los animales) confirma lo que les fue anunciado (que ese pequeño niño es el Salvador). “Y todo el mundo se maravillaba de lo que ellos contaban”. Ellos son los primeros predicadores, enseñan lo que les fue revelado, y que es objeto de fe. Pero ellos vieron también con sus ojos lo anunciado.
María es la primera a quien los pastores cuentan lo anunciado por los ángeles. Esto se agrega a lo que el arcángel Gabriel le había dicho de su Hijo, y también las profecías de Isabel. San Lucas dice que “ella conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. Lo que Ella conserva no son solamente las “palabras”, sino palabras que son realizadas, “hechos”, entonces son “acontecimientos”, según el sentido fuerte de la expresión en griego rématos. Los pastores pueden entonces partir dando alabanzas a Dios por todo lo que han visto y oído.
Evidentemente el acontecimiento principal que María medita en su corazón, y sobre el cual ella vuelve sin cesar, es el hecho que la Palabra se ha hecho carne en ella; que ella ha dado a luz, como se lo había anunciado Gabriel, al hijo del Altísimo, que envuelto y acostado en un pesebre es “el primogénito” – no sólo su primogénito-, sino el Primogénito del Padre eterno, el primero de una multitud de hermanos
Lucas termina su relato con la mención rápida de la circuncisión: las primeras gotas de sangre derramada ya presagian la muerte en la cruz, como el pesebre prefigura la Eucaristía. María guarda estas cosas en su corazón y las medita tomando entonces una nueva dimensión. Cuando Jesús le dice a María, mostrándole a Juan, en ese momento, como aquí los pastores hoy representan a toda la humanidad – “Ahí tienes a tu hijo”, entonces entenderá que Ella ha dado a luz al Primogénito del Padre eterno – el primogénito de una multitud de hermanos- ella también se convirtió en la madre de todos ellos. Ella se convirtió en nuestra madre en el momento en que ella se convirtió en la madre de Dios.
El primer día del año también se celebra desde el 1 de enero de 1968 por voluntad del beato Pablo VI, el “Día Mundial de Oración por la Paz”. Pidamos a Santa María, la madre del Príncipe de la Paz, que traiga la paz en este nuevo año, especialmente a todos los países donde los niños son actualmente víctimas de la guerra y de todas las miserias causadas por el pecado y el egoísmo. Pidamos a la Virgen Madre, que tan completamente se abrió a Dios y a los otros, que nos conceda a todos sus hijos, a todas las culturas, aceptarnos los unos a los otros y ayudarnos, de modo que todas las naciones formen una gran familia con Dios como Padre y creador, y Santa María, como Madre, hermana y modelo. Es un desafío en este año nuevo crecer en bondad y buen trato y agradecer tanto que tenemos y que otros, tal vez, no tienen y seguir haciendo misericordias espirituales y corporales, como en el recién pasado año santo. Que la Madre de Dios interceda para que estas palabras proféticas y de bendición de la Sagrada Escritura se realicen en nuestras vidas en este año 2017:
El Señor te bendiga y te proteja
Haga resplandecer su rostro sobre ti
Y te conceda su favor.
Que el Señor te mire con benevolencia
Y te conceda la Paz
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