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Homilía para la misa de la Noche de Navidad 2016

Aquí estamos de nuevo juntos en la intimidad de tan sugerente liturgia casi nocturna para celebrar el mayor acontecimiento de la historia del mundo, a los ojos de los cristianos: que el evangelista resume en una fórmula que ha cruzado siglos y nutrido la meditación de generaciones incontables: “Et Verbum caro factum est” “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” ( Io 1, 14.).

La vida y la misión de Cristo, sus sublimes enseñanzas, la salud que Él trae al mundo: todo comienza en un establo, en el corazón de una noche de invierno, en un oscuro rincón de Palestina.

Cuando el espíritu del hombre moderno, abarcando con una mirada el desarrollo del cristianismo en el curso de estos XXI siglos, se detiene a considerar lo exigua, lo débil, lo insignificante de este comienzo, nota el contraste prodigioso que se ofrece a sus ojos. Desde un punto de vista humano, no es lo más razonable para llevar a cabo la gran obra de salvación del mundo comenzar con medios aparentemente tan débiles, tan desproporcionados con respecto al objetivo: un niño pobre, en un pobre pesebre, en una ciudad pobre, lejos de todos los grandes de este mundo, un niño aparentemente sin fuerzas, sin prestigios, sin autoridad…

Pero, como lo ha dicho enérgicamente San Pablo, “lo insensato de Dios es más sabio que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres” ( 1 Cor . 1, 25). Lo que sucede en el mundo con Cristo en la noche de Navidad, es una semilla destinada a convertirse en un gran árbol, que es una levadura capaz de levantar toda la masa humana. El movimiento espiritual extraordinario que nació en este día y que atravesará los siglos y continentes, esta gran obra de la salvación, de la que la Iglesia es el instrumento, ¿cómo explicarla, en efecto, si no es, precisamente, como el crecimiento continuo de una semilla inicial, como el desarrollo gradual de una simiente prodigiosamente poderosa?

Sin embargo, si se separa la mirada del pasado para enfocarla en el universo que lo rodea, el hombre de nuestro tiempo no puede no ver enormes áreas del mapa del mundo donde esta semilla del cristianismo parece haber sido sofocada o no haber podido penetrar el suelo y echar raíces. Una pregunta entonces puede surgir en su mente: ¿Es realmente este fermento capaz de levantar toda la masa humana? ¿Es de verdad la luz y la salvación para todos? ¿O no es más bien una amplia corriente de pensamiento y acción, admirable, sin duda, y sin duda de gran alcance, pero destinado, sin embargo, a seguir siendo del dominio exclusivo de unos pocos países privilegiados, de algunas formas de civilizaciones, donde se ha encontrado en el pasado un terreno fértil para su desarrollo? ¿Es la religión una manera de hacer política y transformación social?

La objeción, para los que creen, se desvaneció ante la claridad que hoy fluye de la cueva de Belén. No temamos: el mensaje de salvación que trae este niño es universal. Estos labios, que aún no pueden hablar, dirán un día las palabras decisivas, que algunos labios humanos nunca han sido capaces o se han atrevido a decir: “Yo soy la luz del mundo ( Io 8, 12.). Vayan y enseñen a todas las naciones “! ( Mt . 28, 19).

Todos, y no sólo algunos. Y si lo es, el número, que en ciertos puntos en el tiempo y espacio, se oponen obstáculos a la penetración o el enraizamiento del mensaje de la verdad y la vida. No por esto el mensaje es menos valioso y menos eficaz.

La Iglesia ha dicho a menudo en la voz de sus sacerdotes, y recientemente con luminosidad, desde el último Concilio hasta el papa Francisco: el mensaje cristiano acoge todos los valores humanos y religiosos, dondequiera que se encuentren, y los lleva a su plenitud. Este mensaje no se presenta como un enemigo o competidor sino como un amigo de todo lo que la mente humana ha producido de grande, bello y verdadero en todo momento y en todos los países. Y su riqueza es tal que es capaz de dar a cada hombre, a cada nación, a cada civilización, lo que le falta para su perfección. El encuentro con Cristo, no es una reducción o un empobrecimiento es un enriquecimiento de la más alta calidad, es el acceso a la plena madurez, el ascenso a la plenitud de la edad adulta ofrecida a los hombres y las naciones. Lo que el Niño de Belén trae al mundo, de hecho es algo que el mundo no era capaz de darse a sí mismo algo totalmente nuevo.

Por eso hermanos, tengamos un mirada mística y en el pesebre, con su ternura, con su arte, con su mensaje bucólico y con la evocación de su realidad, un lugar frío, húmedo, fétido, tal vez peligroso, es el EVANGELIO de que Dios se ha vuelto EMMANUEL, Dios con nosotros. Él está en medio de nuestra vida: alegre, triste, ansiosa, exitosa, fracasada, quejosa, agradecida. Está en la realidad de nuestra existencia concreta y no en las fantasías de nuestras especulaciones sin aplicación o en las mentiras ideológicas de los que conducen los destinos políticos y económicos del mundo. Y en la medida que lo dejemos entrar en el pesebre de nuestra mente, corazón y voluntad, podremos transformar el mundo, ser ramas fuertes de ese árbol que brota desde la gruta de Belén, ser la levadura de la masa de la humanidad.

Este año los saludo con una postal de un tocayo mío: Alejandro Botticelli, más conocido como Sandro. El título de este nacimiento es, precisamente, Natividad Mística.

Es la única obra firmada y fechada por Botticelli. Se ha sugerido que fue pintada para su propia devoción privada, o para alguien cercano a él. Ciertamente es poco convencional, y no representa simplemente los acontecimientos tradicionales del nacimiento de Jesucristo y la adoración de los pastores y los reyes magos. Más bien es una visión de estos acontecimientos inspirados por las profecías del Apocalipsis.

Aunque es difícilmente interpretable, dado que huye de toda la iconografía clásica de la Navidad, el tema hace probablemente referencia a la situación florentina de inicios del siglo XVI, la caída de Carlos VIII, la expulsión de Pedro de Médicis de la señoría de la ciudad y la toma del poder por el partido de Girolamo Savonarola. Quizá Botticelli pintara este cuadro como ilustración de los sermones de Savonarola contra la decadencia moral de la Florencia de los Médicis. Aunque no hay documentos que acrediten que Botticelli fuera uno de los discípulos de Savonarola, ciertos temas de sus obras tardías, como esta Natividad mística, ciertamente derivan de sus sermones y de la renovatio que propugnaban, lo que significa que el artista estaba definitivamente atraído por esa personalidad tan central para los acontecimientos políticos y culturales de Florencia durante los últimos años del siglo XV.

En esta obra abandona la perspectiva y el realismo, cayendo en una consciente regresión hacia un gusto arcaizante, lo que se adaptaba adecuadamente a la complicada simbología que requerían los temas sagrados. La falta de realismo viene subrayada por las convenciones estéticas del arte medieval y por la introducción de textos griegos y latinos dentro de la propia pintura.

Rasgos propios de la pintura medieval son la presentación de las figuras en actitudes forzadas y poco naturales y las dimensiones de los personajes no son las naturales, sino las que corresponden según su importancia devocional. La Virgen María, adorando a un gigantesco Niño Jesús, es tan grande que si ella se pusiera en pie no cabría bajo el techo de paja del establo. Ellos dos son, por supuesto, las figuras más santas e importantes de la obra.

No renuncia, sin embargo, a su forma de entender el arte. La sombra del espíritu humanístico aún se evidencia en detalles como la inscripción en griego con el año de su elaboración y un versículo del Apocalipsis: el idioma griego había cobrado auge en la corte de Cosme el Viejo y en la neoplatónica de su sobrino Lorenzo el Magnífico. Esta sorprendente inscripción en lo alto del cuadro se ha traducido como: Este cuadro de finales del año 1500, durante las turbulencias de Italia, yo, Alessandro, lo pinté en el tiempo medio después del tiempo, según el XI de san Juan en el segundo dolor del Apocalipsis, en la liberación de los tres años y medio del Diablo; después será encadenado en el XII y lo veremos [precipitado] como en el presente cuadro.

El “tiempo medio después del tiempo” se ha entendido generalmente como un año y medio antes, esto es, en 1498, cuando los franceses invadieron Italia, pero puede significar medio milenio (500 años) después de un milenio (1000 años): 1500, la fecha de la pintura. Esto puede relacionarse con el milenarismo que se extendió a finales del siglo XV. Como el final del milenio en el año 1000, el final del medio milenio en 1500 también parecía a mucha gente el anuncio de la Segunda Llegada de Jesucristo, profetizada por la Revelación.

Hay tres ángeles sobre el portal. Los ángeles llevan ramas de olivo, que dos de ellos han entregado a los hombres que abrazan en el primer plano. Estos hombres, así como los supuestos pastores en sus vestiduras con capa de la derecha y los magos con largos ropajes a la izquierda, están todos coronados con olivo, el emblema de la paz. En los rollos que hay alrededor de las ramas del primer plano, combinados con algunos de los que sostienen los ángeles que bailan en el cielo, se lee: ‘Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad hacia los hombres‘ (Lucas 2:14). Como los ángeles y los hombres se acercan aún más, de la derecha a la izquierda, para abrazar; pequeños demonios se dispersan por agujeros en el suelo. Los rollos sostenidos por los ángeles apuntando a la cuna decían: `Contemplad al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo‘ las palabras de Juan el Bautista presentando a Cristo (Juan 1:29). Por encima del techo del establo el cielo se ha abierto para revelar la dorada luz del paraíso.

La danza de los ángeles en torno a una cúpula dorada parece una cita teatral. Recuerda las máquinas de Filippo Brunelleschi para las representaciones sagradas puestas en escena en las iglesias florentinas a finales del siglo precedente. Coronas doradas cuelgan de las ramas de olivo de los ángeles danzantes. La mayor parte de sus rollos celebran a María: ‘Madre de Dios‘, ‘Esposa de Dios‘, ‘Única reina del Mundo’. En este detalle, la pintura exige un cierto esfuerzo del espectador, para creer en la verosimilitud de esa danza aérea. Estos ángeles danzantes no tienen ya la serena belleza de los que aparecen en la Pala de San Marcos en torno a la “Coronación de la Virgen”.

En una época en que los pintores florentinos estaban recreando la naturaleza con sus pinceles, Botticelli libremente asumió la artificialidad del arte. En su pagana Venus y Marte volvió la espalda al naturalismo para expresar la belleza ideal. En la Natividad mística fue más allá, de lo anticuado a lo arcaico, para expresar verdades espirituales -casi como los victorianos que lo redescubrirían en el siglo XIX, y que asociaron el estilo gótico con una ‘Era de Fe’.

Queridos hermanos: Terminamos un año con muchos cambios mundiales, y en el país, pero cada vez más alejado de lo espiritual y de la Verdad y la Luz, por eso esta Navidad mística nos enseñe el secreto de la Navidad: en el pesebre, en lo cotidiano está Dios, podemos tocar el cielo. Y nos lo enseñe en la voz del papa emérito, que elegí como texto, un fragmento de su homilía para esta Misa del 2006: “Para vivir, el hombre necesita pan, fruto de la tierra y de su trabajo. Pero no sólo vive de pan. Necesita sustento para su alma: necesita un sentido que llene su vida. Así, para los Padres, el pesebre de los animales se ha convertido en el símbolo del altar sobre el que está el Pan que es el propio Cristo: la verdadera comida para nuestros corazones. Y vemos una vez más cómo Él se hizo pequeño: en la humilde apariencia de la hostia, de un pedacito de pan, Él se da a sí mismo”.

Y en la voz del papa Francisco que nos llama a hacer gestos de acogida y misericordia, los cuales han de estar nutridos por el establo de Belén, Belén quiere decir “la casa del pan”, el pesebre es un comedero. Volvamos a Jesús, agradezcamos su presencia de amor en la Eucaristía, y tratemos de ir siempre que podamos a ella, para que nos alimente y nos ayude a entender que esta salvación que comenzó en el primer pesebre es árbol y levadura que tiene que crecer desde dentro con la sabia y el alimento que es Cristo.

¡Feliz noche buena y Santa Navidad!

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