16 de octubre.

verdeyo

Homilía Domingo XXIX durante el año C

Tenemos dos personajes importantes en esta parábola: por un lado un juez que no cree en Dios y no le interesan las personas; por otra parte una viuda que es débil, pero que está convencida de sus derechos y está decidida a hacerlos valer. Al final el juez le da a la viuda lo que ella le demanda, simplemente para que lo deje de molestar.

No tenemos que analizar mucho esta parábola para encontrarle el sentido, pues Lucas nos dice cual es: “Jesús dijo una parábola para mostrar a sus discípulos que es necesario orar siempre sin desfallecer”.

En la primera lectura tenemos otro ejemplo de oración constante y paciente, aquella de Moisés. Además de esta constancia, Moisés y la viuda del Evangelio tienen otra cosa en común: los dos están al lado de los débiles y necesitados. La viuda, porque es parte de los débiles, Moisés porque pertenece a un pueblo oprimido. Y Dios escucha las plegarias de estos pequeños.

Es posible que, en esta escena del Evangelio, Jesús haya hecho alusión a una situación concreta conocida por sus interlocutores; no lo sabemos, pero lo que sabemos de esta viuda es lo que Jesús dice. De Moisés, sabemos más. El era un hebreo, elevado a la casa del Farón de Egipto. Pudo haber sido un personaje importante, a los ojos del mundo (poder y tener), en el gobierno de Egipto. Pero un día ve como son tratados los hebreos y en un rapto de indignación defiende a uno de sus hermanos, y este acto provoca un desencadenamiento de hechos que transformarán toda su vida. Debió huir al desierto para escapar de la cólera del Faraón. Y allí, en el desierto, él reencuentra a Dios. Allí, en la soledad del desierto, la cosa más ordinaria se transforma en un ‘hecho’ brillante, el fuego es el signo sensible de la presencia de Dios, una zarza que no se consume. Moisés recibe la misión de conducir a la libertad un pueblo que continuamente aspira a las seguridades de su cautiverio. Él permanece fiel a su pueblo; y entonces Dios, disgustado con su pueblo, lo quiere exterminar y darle una nueva nación a Moisés, pero este le dice: “Si tu te desentiendes de ellos, desentiéndete también de mí”.

Esta solidaridad de Moisés con su pueblo explica la lectura de hoy, dónde tenemos esta bella y conocida imagen de Moisés orando sobre la montaña con las manos alzadas, mientras que el pueblo combatía en el llano. La victoria de los combatientes depende de la perseverancia de Moisés en la oración.

Esta historia tradicionalmente ha sido utilizada para acentuar una distinción entre dos formas de vocaciones en la Iglesia: la vida activa y la vida contemplativa. Evidentemente hay una parte de verdad en esta interpretación. Pero sería peligroso forzar esta distinción, porque, por una parte, los que están en la tarea de transformar el mundo podrían pensar que están dispensados de la obligación de orar, pues ya tienen a los monjes y las monjas que lo hacen por ellos; y por otra parte, los monjes y las monjas podrían ensayar una cierta justificación para la falta de preocupación por las necesidades de sus hermanos en el mundo, considerándose personas importantes y cuyo único deber es rezar por los otros.

Tal interpretación olvida una realidad importante: Cristo vino. Él descendió en la batalla con toda la humanidad y el murió en esta lucha. Pero Él resucitó y está desde entonces siempre presente a la derecha del Padre intercediendo por nosotros. Él es el nuevo Moisés, para nosotros. Entonces los que trabajamos en el mundo, y los contemplativos estamos en la misma lucha contra las fuerzas del mal, hasta que la plena victoria de Cristo se realice en nosotros y para nosotros. La primera lección de la historia de Moisés es un llamado a la solidaridad con los débiles, en todos los órdenes, tomemos esto en serio llegando al final del año de la Misericordia.

Hay solamente una lucha en la que nos encontramos todos. El egoísmo y la avaricia que conduce a la corrupción, a la injusticia y, a veces, a la opresión (aunque esta palabra suele estar politizada es así) es la expresión del mal, es la lucha contra el mal. Este egoísmo y esta avaricia muchas veces los llevamos dentro, como una continua tentación y una constante dureza de nuestro corazón. Hay personas llamadas a curar estas heridas de la humanidad consagrando toda su vida a trabajar activamente en la superación de las injusticias; otras están llamadas a llevar adelante esta lucha en su propio corazón contra el mismo poder del mal, permitiendo que el reino de los cielos se realice en la humanidad a través de la conversión de los corazones.

A veces pensamos que el valor de la oración está si conseguimos algo. Estos días pasados hablando con jóvenes en España, varios me decían: “Padre el Señor no me escucha…, le pido cosas y no me da…, pasa de mí (como se dice en España)” ¡No es así! algo se perdió en la predicación, el mismo hecho de rezar es importante. Voy a ilustrar esto con un fragmento de san Agustín:

Es necesario orar siempre y no desanimarse” (Lc. 18, 1) Y propone la parábola de aquel juez injusto que no temía a Dios ni tenía respeto por los hombres y al cual cada día se dirigía, para ser escuchada, aquella viuda. Fue vencido por la inoportunidad el juez malo que no había sido movido por la compasión; y dentro de sí comenzó a decir: “Yo, verdaderamente, no temo a Dios ni tengo respeto por los hombre, sin embargo, por la molestia que cada día me trae esta viuda, escucharé su causa y le haré justicia”. Y agrega el Señor: “Si un juez inicuo ha obrado así, vuestro Padre ¿no le hará justicia a sus elegidos, que gritan a Él día y noche? Así os digo: Les hará justicia pronto” (Lc. 18, 4-8). No cesemos entonces nunca de orar. Cuanto ha prometido de darnos, también si nos viene reenviado (cuando no obetemos la gracia pronto), no se nos quita. Seguros de su promesa, no cesamos de orar, sabiendo que también esto es un don. He aquí porque dice el salmo: “Bendito mi Dios, que no ha alejado de mí ni mi plegaria ni su misericordia”. Cuando veas que tu plegaria no se ha alejado de tí, ¡quédate tranquilo!, no ha sido removida de ti tampoco su misericordia”.(Agostino,Enarr. in Ps., 65, 24). Entonces mientras recemos, no tengamos miedo Dios está cerca, ahora, si nunca rezamos… No nos hace bien estar lejos de Dios.

Estamos todos en la misma lucha escatológica. Nunca olvidemos nuestra solidaridad con aquellos que, en su vocación diferente y modos de vida variado, trabajan en la realización del Reino en la existencia concreta de la humanidad, de la victoria ya conquistada por Cristo. Todos estamos unidos porque nuestra victoria común viene del nuevo Moisés, que tiene, las manos levantadas, a la derecha del Padre. Él nos invita a dejarnos ayudar por su plegaria. Contamos también con la plegaria de su Madre, María santísima.

Let's block ads! (Why?)

06:07
Secciones:

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

SacerdotesCatolicos

{facebook#https://www.facebook.com/pg/sacerdotes.catolicos.evangelizando} {twitter#https://twitter.com/ofsmexico} {google-plus#https://plus.google.com/+SacerdotesCatolicos} {pinterest#} {youtube#https://www.youtube.com/channel/UCfnrkUkpqrCpGFluxeM6-LA} {instagram#}

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets