Una de las actividades –quizás la principal– que me ha tocado desempeñar en el ministerio sacerdotal es la de profesor; y no justamente la de profesor de catecismo (tarea hermosa si las hay) sino más bien de humanidades. Sin duda que el oficio del catequista es hermoso y muy loable, sin embargo, considero que, muchas veces, se puede enseñar más y mejor catecismo leyendo a Homero, a Cicerón o Aristóteles que recitando varios de los catecismos progres que hoy existen.
- “¿Qué? ¿Se ha vuelto loco usté’?
Para nada; es una convicción que tengo desde hace años y esto no sólo a raíz del paupérrimo estado intelectual en que nos encontramos, sino por lo que el estudio de los clásicos engendra per se.
De hecho, es lo que la Iglesia hizo durante décadas si le creemos a Régine Pernoud o a John Senior, o a San Basilio, o a San Clemente…, etc.
Además, es lo que uno mismo ha vivido con la formación que Octavio Sequeiros nos brindara y a quien tanto le debemos. Es decir, se puede enseñar a ser católico y se puede enseñar desde la cátedra sin necesariamente ser catequista. El p. Alfredo Sáenz nos lo ha repetido hasta el cansancio y hasta lo ha publicado como un testamento intelectual, no sólo en su célebre trabajito acerca de “Cómo evangelizar desde la cátedra” (en video, aquí) sino en “La misión del intelectual católico”.
Consiento que esta hipérbole cuasi humanística pueda chocar, pero es una íntima convicción que, desde hace años tengo y sostengo: así como un viaje por Europa puede hacer mejor que varias tandas de Ignacianos (con todo lo santos que puedan ser los EE.EE. del gran San Ignacio), así también la lectura guiada y amable (hecha amar) de las lenguas y la literatura clásicas pueden catequizar, dependiendo siempre los subiecta.
Pero, ¿por qué?, podrá preguntarse alguien.
En primer lugar porque no hay que inventar la rueda… En efecto, ha sido la enseñanza bimilenaria de la Iglesia la que así lo hacía, hasta que los humanistas del siglo XVI se adueñaron de la idea y la relegaron al ámbito “laicista”. Tan relegada está que, incluso hoy mismo entre los católicos bienpensantes hay algunos que tienen sus dudas. Y si no, vean lo que me pasó.
Hace pocos días y casi contemporáneamente, recibí dos cartas por separado. Una era de un padre de familia y otra de parte un amigo: el primero me hacía una consulta y el segundo me enviaba un texto magnífico que –sin saberlo– me serviría para responder al primero.
Veamos:
“Estimado Padre Javier: le formulo una inquietud que me surgió en estos días con mi hija mayor… Ella concurre a un colegio católico… y les están enseñando la tragedia de “Edipo". Mi pregunta como papá (y siendo consciente que conozco poco de la Cultura Griega) es ¿qué sentido tiene enseñarles la historia de alguien que se enamora de su madre y mata a su padre pudiendo enseñarles mil historias positivas de héroes o santos?
Espero haberme explicado. Le agradezco lo que puede decirme pues me va ayudar mucho en la educación de mi hija”.
Con enorme buena voluntad, este laico comprometido y preocupado por la educación cristiana de su hija, actuaba prudentemente. Pensé cómo responderle y enseguida se me vino a la cabeza el prólogo de un hermoso librito que, durante años, usé en un colegio católico donde enseñaba latín y griego a púberes desde los doce o trece años. Allí, mechando latines y griegos con textos mitológicos, leíamos con gran fruición y en voz alta (para que los chicos supieran leer con entonación), la mitología adaptada que la gran “Fernán Caballero” (pseudónimo de la española Cecilia Böhl de Faber y Larrea, 1796-1877), nos legó comenzando con el siguiente prólogo:
“Aun cuando es cierto que la musa de las mentiras ha sido derrotada por la musa de las verdades, según la hermosa frase de Chateaubriand, y que por lo mismo las bellezas del Cristianismo han oscurecido y desterrado casi por completo la Mitología del campo de la poesía y de las bellas artes, no lo es menos que el conocimiento de las falsas deidades del Paganismo y de sus héroes o semidioses es indispensable para estudiar con provecho la historia de los grandes pueblos de la antigüedad, en particular del griego, tan fecundo en aclarados hechos, como maravilloso en sus producciones artísticas y literarias, admirables por su originalidad, por su perfección y belleza.
Dar a conocer la Mitología a los niños, es prepararles para que puedan comprender, gozar y admirar las obras que nos dejaron como modelos de buen gusto los sublimes genios que surgieron de Grecia y Roma (…). No hay que temer; la mano maestra y delicada que ha hecho a grandes y hermosos rasgos los cuadros de Mitología que ofrecemos a los niños, es bastante hábil para que no deje en ellos más que lo que es de verdaderamente útil. Ella misma, y con igual acierto, ha presentado al estudio de los niños, como digno complemento de su obra, una preciosa colección de historias de los grandes hombres de la Grecia, cuya lectura infunde en el espíritu elevados sentimientos y estimula en el ánimo, grandes deseos de imitar a aquellos magníficos modelos de virtud patria, cuya práctica es en nuestros tiempos más asequible; porque el hombre está hecho por una fuerza misteriosa de que carecieron los héroes y sabios de la antigua Grecia: por la doctrina emanada de la revelación divina”[1].
Libro hermoso que recomiendo y que se encuentra aquí, por las dudas.
Es así nomás. El mundo clásico posee un algo que la Iglesia aprovechaba; y no me refiero sólo a los “semina Verbi” (semillas del Verbo, como las llamaba San Justino, de las cuales alguna vez hablaremos), sino a la misma enseñanza de las humanidades. Antes la Iglesia lo sabía, lo sabía…
La respuesta a la pregunta irá en el próximo post; es justo el texto que mi amigo me había enviado y que compartiré con uds. para,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Fernán Caballero (pseudónimo de Cecilia Böhl de Faber y Larrea ), La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de Grecia.
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