La música de la tarde


Salgo al jardín a las 4 de la tarde con el rosario en la mano. Sobre la montaña, hacia el norte, crece y crece una nube gris mientras canturrea en su interior. Es una música grave y dulce. Creo que trata de anunciar la llegada de la tormenta, pero lo hace con tanta delicadeza que apenas rompe el silencio. Puedo oír el susurro de los insectos, el vuelo de una mosca, el de los mosquitos y la lejana sinfonía de los abejarucos que se despiden cantado en su viaje hacia el sur.
Ahora suena un claxon tan distante que lo más probable es que venga de otro planeta. El mirlo camina a mi lado de puntillas, y sus pasos —quién me lo iba a decir— se me antojan repiques de un tambor sobre las baldosas.
Me gusta este mutismo rumoroso y apacible de la Sierra. El silencio absoluto da miedo; es la nada. Aquí me veo rodeado de vida: de plantas, de insectos, de aves. Y oigo música de Ángeles. Porque la Acebeda tiene también su ángel guardián. Yo sé que, a diez metros, hay millones rondando a Jesucristo en el Sagrario. Seguramente mi Custodio está con ellos haciendo la Visita al Santísimo que yo aún no he podido cumplir.
En el jardín hay sólo un rosal con diez rosas viejas. Ojalá consiga multiplicarlas con las rosas de mi Rosario. Seguro que me distraigo, como siempre, con todo lo que vuele a mi alrededor.
Empiezo. Hoy tocan los misterios dolorosos.

 
10:58

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