Para mí entrar en la catedral fue toda una experiencia estética e histórica. Si la ciudad se había conservado esplendorosamente petrificada en la Edad Media, su catedral era una verdadera burbuja anclada en el tiempo.
El guía hizo muy bien su trabajo, es un profesional. La exposición estaba muy bien organizada. Incluso el cabildo, aunque no lo vi, era excelente. Lo noté como Dart Vader notó que se acercaba Luke en El Retorno del Jedi.
Lo peor de toda la catedral era, ¡paradójicamente!, el retablo del ábside. Justo lo que debía haber sido la parte más noble. Pero eso debió ser culpa de alguna voluntad episcopal del siglo XVIII. Ese retablo es muy deficiente en medio de un templo sobresaliente. Pero teniendo ya varios siglos mucho me temo que va haber que tragar con él hasta el Juicio Final.
El claustro es impresionante. Si yo tuviera uno así en Alcalá, estaría paseando por él todos los días. Citaría allí a la gente que me viene a ver para hablar. Rezaría en él las horas canónicas. He sentido envidia, envidia de la mala, al ver un claustro así. Pero si el claustro era bueno, qué se puede decir del coro. El coro, ¡qué coro!: magnífico y situado en su lugar original, en medio de la nave central. Era facilísimo imaginar a los 84 miembros del capítulo rezar allí devotamente, en invierno, arrebujados en sus capas, en medio de una pequeña ciudad devota de 5000 habitantes.
Y con lo bueno que era el coro, más buena fue la comida en un mesón. Pero ésa es otra historia.
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