La liturgia diaria meditada - Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta (Lc 15, 1-32) 11/09



Domingo 11 de Septiembre de 2016
Domingo 24º durante el año
Verde. Semana 4ª del Salterio.

Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado. Fecha de canonización: Beatificado el 10 de noviembre 1889 por el Papa León XIII, y canonizado por S.S. Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.

Antífona de entrada          cf. Ecli 36, 18
Señor, concede la paz a los que esperan en ti, para que se compruebe la veracidad de tus profetas. Escucha la oración de tu servidor y la de tu pueblo Israel.

Oración colecta     
Míranos, Dios nuestro, creador y Señor del universo, y concédenos servirte de todo corazón, para experimentar los efectos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Escucha nuestras súplicas, Señor, y recibe con bondad la ofrenda de tu pueblo, para que los dones presentados en honor de tu nombre sirvan para la salvación de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        cf. Sal 35, 8
¡Qué inapreciable es tu misericordia, Señor! Los hombres se refugian a la sombra de tus alas.

O bien:          cf. 1Cor 10, 16
El cáliz de bendición que bendecimos en la comunión con la Sangre de Cristo; y el pan que partimos es la comunión con el Cuerpo de Cristo.

Oración después de la comunión
Te rogamos, Dios nuestro, que el don celestial que hemos recibido impregne nuestra alma y nuestro cuerpo, para que nuestras obras no respondan a impulsos puramente humanos sino a la acción de este sacramento. Por Jesucristo, nuestro Señor.

1ª Lectura    Éx 32, 7-11. 13-14
Lectura del libro del Éxodo.
El Señor dijo a Moisés: “Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: ‘Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto’”. Luego le siguió diciendo: “Ya veo que éste es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación”. Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: “¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo: ‘Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como herencia’”. Y el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.
Palabra del Señor.

Comentario
En un relato cargado de emotividad y sentimientos cruzados, Dios, dolido por el abandono del pueblo, no desoye la oración de Moisés. Porque la oración, nacida del corazón de cada hombre y mujer, “toca” también el corazón de Dios.

Sal 50, 3-4. 12-13. 17. 19
R. Iré a la casa de mi Padre.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! R.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. R.

Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza. Mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado. R.

2ª Lectura    1Tim 1, 12-17
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

Querido hijo: Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida eterna. ¡Al Rey eterno y universal, al Dios incorruptible, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra de Dios.

Comentario
La confesión de fe que se presenta en el texto, sincera y profunda, se transforma en un canto de alabanza elevado al Señor. Termina con un fuerte “amén”, dando gloria a Dios, quien ha perdonado su pecado.

Aleluya        2Cor 5, 19
Aleluya. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, confiándonos la palabra de la reconciliación. Aleluya.

Evangelio     Lc 15, 1-32
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. 

»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». 

Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’. Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».
Palabra del Señor.

O bien más breve:     Lc 15, 1-10

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.
Palabra del Señor.

Comentario
Las tres parábolas tienen el mismo esquema: plantear que lo perdido por fin ha sido encontrado. En los tres casos “lo perdido” es el pecador, o el que no pertenece al pueblo de Dios, que ha sido “encontrado” y es motivo de alegría tanto del pastor, como de la mujer, y del padre, simbolizando así la alegría de Dios por este encuentro.

Oración introductoria 
Dios mío, te busco como te buscó el hijo pródigo. Te pido me concedas la gracia de iniciar mi oración con un gran espíritu de conversión, con un deseo profundo y ardiente de mejorar mi conducta, con la decisión de aprovechar esta meditación como una oportunidad para levantarme y recomenzar, para abandonar el pecado y elegirte en todo a Ti. En una palabra, Señor, ayúdame a amarte más.

Petición
Señor, hazme comprender que tus mandamientos no son preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir de mi egoísmo y así poder entrar en diálogo contigo y los demás.

Meditación 

1.- Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. En un lenguaje antropomórfico Moisés habla con Dios como quien habla con un padre lleno de amor hacia sus hijos. Sabe que Dios ama a su pueblo Israel con un amor entrañable y que esa es la causa de su enfado y de su ira cuando ve que su pueblo predilecto, Israel, le ha abandonado y ha preferido adorar al dinero, a un becerro de oro. Es tanta su ira, al no verse correspondido en el amor, que, por un momento, piensa abandonarlo y destruirlo. Pero Moisés conoce el corazón de Dios, un Dios cuyo corazón es puro amor, y se atreve a interceder por el pueblo que Dios mismo ha puesto bajo su dirección. El resultado de la intercesión de Moisés ya lo conocemos: Dios se arrepiente de su amenaza y perdona, una vez más, a su pueblo. 

2.- El Salmo Penitencial (nº 50). En el fragmento del salmo se expresan dos sentimientos: el reconocimiento de nuestro pecado ante Dios y la seguridad de ser renovados por su Espíritu en lo más íntimo de nuestro ser. El pecado es una infidelidad al amor que Dios nos tiene, y no una mera infracción de un código externo. El pecado nos separa de Dios, principio de vida. El perdón que Dios nos regala es una nueva creación, una renovación interior expresada mediante la imagen de "un corazón nuevo". La purificación profunda que el salmista pide a Dios produce la restauración de las relaciones con Dios. El pecador arrepentido se siente perdonado por Dios y quiere que todos los conozcan. Quiere que todo el mundo experimente la misericordia de Dios y se hace pregonero de su amor. Dios acepta como única ofrenda "un corazón quebrantado y humillado".

3.- El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. No nos acobardemos, pues, nosotros ante Dios por nuestra condición de pecadores. Como le dice san Pablo, en su carta a Timoteo, Dios envió a su hijo al mundo para salvarlo. 

4.- Es Dios el auténtico protagonista de las tres parábolas. En evangelio de Lucas se describen tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. En los tres relatos se repiten los binomios, perdido-encontrado y tristeza-alegría. La lejanía de Dios es lo que produce la pérdida y su cercanía la posibilidad del encuentro. La tristeza por la soledad experimentada lejos de Dios se transforma en alegría tras el encuentro. Es Dios quien toma la iniciativa de buscar al extraviado, simbolizado en la oveja perdida, la moneda o el hijo pródigo. Es Dios el auténtico protagonista de las tres parábolas.

5.- El Dios de Jesucristo es el Dios de la vida. Cuando nos alejamos de El nuestra vida se debilita. Cuanto más estemos lejos del fuego de su amor, más frío tendremos. Nos sentimos solos y abandonados, como la oveja perdida. Cuando nos cerramos a su amor, como el hijo mayor, nos invade la rutina, la desesperación y el desamor. Lo más significativo que nos enseña la parábola no es ni nuestra huida ni nuestra cerrazón, lo más importante es la misericordia y la ternura de Dios, que quiere que vivamos de verdad. Hemos de darnos cuenta de que Dios nos lleva en la palma de la mano, solo quiere nuestra autorrealización personal. Esta es la invitación que el Padre nos hace, ¿la aceptamos?

Propósito
Ojalá que nunca le tengamos miedo a Dios y nos acerquemos con inmensa confianza al sacramento de la reconciliación. Él siempre nos acogerá, infinitamente mejor que el padre de la parábola. Sólo así descubriremos el corazón dulce y bondadoso de Dios, nos daremos cuenta de que es incapaz de resistirse a la misericordia y conoceremos, por propia experiencia, ¡¡que Dios es Amor!!

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11:45

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