18 de septiembre.

bonanova

Homilía para el XXV Domingo durante el año C

La primera lectura que escuchamos nos ofrece el contexto necesario para comprender este difícil evangelio. Esta primera lectura tomada del libro del profeta Amós, que vivió durante los fastos del reino de Jeroboam II, en el Reino del Norte en Israel, en la época en que este reino había alcanzado su máximo esplendor, en cuanto a poder material y prosperidad.

Cuando el profeta Amós se manifestó, había en el país abundancia, esplendor y orgullo. Los ricos vivían en la opulencia. Tenían sus palacios de verano e invierno, ricamente adornados de mármol, con espléndidos divanes, sobre los que se echaban para consumir sus suntuosos banquetes. Poseían viñas y bebían buen vino, y se ungían con ungüentos preciosos. En el mismo momento en cambio la justicia fallaba en el país. Los pobres estaban afligidos, explotados y hasta vendidos como esclavos, y los jueces estaban corrompidos. Es en este clima que Amós profiere las palabras rugientes que hemos escuchado: “Escuchen esto, ustedes, los que pisotean al indigente para hacer desaparecer a los pobres del país. Ustedes dicen:… compraremos a los débiles con dinero y al indigente por un par de sandalias, y venderemos hasta los desechos del trigo. El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de sus acciones.”

Teniendo en mente esta advertencia, pasemos ahora al Evangelio. Parece efectivamente que Jesús alude a un fraude que habría sucedido poco tiempo antes y que era ciertamente bien conocido por su auditorio. Jesús no tiene ciertamente la intención de enseñarnos como engañar a nuestro empleador o al fisco (que puede ser, que este, nos engañe a nosotros). Un detalle interesante para anotar, es que Lucas es el único de los Evangelistas que trae este relato; y sabemos hasta que punto, Lucas, se preocupa de todo lo que concierne a la pobreza y el peligro de las riquezas y el dinero. En realidad la frase que resume todo es la última: “No pueden servir a Dios y a Mammona”. San Lucas, en efecto, da al dinero un nombre proprio: Mammona, para indicarnos bien que, si uno se vuelve esclavo del dinero, este se vuelve nuestro patrón y nos domina como haría un dueño humano.

Esta es la parábola del “Mayordomo Infiel” como dicen nuestros Evangelios castellanos, no fue infiel. Mucho menos fue “inicuo”, como dice la Vulgata latina: “vilicum iniquitatis”, (“granjero de iniquidad”). Ni fue granjero ni fue de iniquidad. El texto griego dice “ecónomo” o sea, “administrador o gerente”; y en cuanto al genitivo “tes adikías” (de injusticia), Cristo lo usa irónicamente, como se ve por todo el contexto. La traducción exacta española y argentina sería: el Capataz Camandulero; o el Apoderado Pícaro.

Los intérpretes tropiezan aquí: ¡Cristo aprobó un robo, alabó a un ladrón, fomentó la infidelidad de los empleados y… la “lucha de clases”! “¿También ustedes están sin inteligencia?”, les habría respondido el Señor. ¡Como si todo el que cuenta un caso, aprobase el caso! Uno cuenta lo que pasa. Pero lo que más hay que notar, es que en ningún lado del relato consta que el Gerente haya sido un ladrón: “que fue acusado de ladrón”, lo cual es cosa distinta. Y las quitas que hizo a las deudas, podía tener atribuciones para hacerlas; y leyendo atentamente se ve que las tenía, como ustedes lo verán si leen atentamente. Si los deudores aceptaron y el amo aprobó, es que las tenía. Cristo concluyó con una observación irónica: “los hijos de este mundo son más videntes en sus negocios que los hijos de la luz”.

La enseñanza de Jesús en este relato es la siguiente: si los hijos de este mundo, que son esclavos de las cosas materiales, son tan hábiles, cuanto más hábiles deberemos ser los que pretendemos ser hijos de Dios. Se debe utilizar el dinero no para construir una seguridad en vistas a un porvenir temporal y mundano, solamente, sino para construir el reino eterno. La manera de hacerlo es considerar que uno no es propietario de cuanto posee. Que uno administra para uno y en relación con los otros. Por eso así como este administrador (“deshonesto” “injusto: no sujeto a la justicia”, dice Cristo: fronímos ¡un vivo, hábil!) hace caridad, no es justo en el sentido de aplicar la ley sin circunstancias, pero hace caridad, baja los intereses de los préstamos de su amo, que seguramente eran excesivos, hace una caridad interesada. Y, entonces, Jesús dice: si este hace caridad por su interés y recibe un beneficio, si los hijos de la luz hacen caridad como tiene que ser: ¡qué beneficios no recibirán! ¡El mejor negocio es la caridad! Este negocio se cobra aquí, pero sobre todo en las mansiones eternas.

Sabemos que hay codicia en nuestro corazón, y sabemos que la hay también en grandes dosis en el mundo, en las relaciones individuales, como entre las naciones y los bloques de naciones. Los reproches de Amós llegan actuales. Y como en tiempos de Jesús debemos elegir entre Dios y Mammona.

Renovemos de nuevo, cada uno de nosotros, nuestra opción por Dios, no despreciemos ni endiosemos el dinero y los negocios materiales, sino que recordemos hacer negocios verdaderos como tantas veces Cristo nos advierte, dónde la polilla no roe, ni los ladrones roban. Recordemos una página del P. Leonardo Castellani: “Cristo no afirmó que todo les tiene que salir mal a “los hijos de la luz”; entonces apaga y vámonos ¿para qué viniste al mundo?, ¡oh Luz del Mundo! Cristo exhortó irónicamente a los que se llaman “buenos” a tener por lo menos tanta prudencia en sus negocios como los llamados por ellos “malos”; y si la tienen, no hay ninguna razón porque no les sucedan a ellos también sus negocios, tanto los del cielo como los de la tierra. … Fíjese: Dios podía haber dispuesto los sucesos de este mundo de tres maneras: 1) Que a los buenos les fuese siempre bien y a los malos siempre mal; 2) al revés: siempre mal a los buenos, siempre bien a los malos; 3) mezclando bienes y males a buenos y malos; con una preferencia de males a los santos y a los idiotas. Dios prefirió el plan 3; y si ustedes lo piensan un momento, verán que está muy bien. Si a los buenos siempre les fuese bien y mal a los malos (plan 1) simplemente no habría buenos, porque todos serían buenos a la fuerza: se suprimirían el mérito, la bondad, la virtud, la santidad y hasta el mismo libre albedrío. Sería imposible ser malo. Ese es el estado de los animales: no pueden ser malos… ni buenos tampoco. Son animales. Si al revés, a los buenos siempre les fuese mal (plan 2) la bondad se volvería imposible, porque no habría ser humano capaz de soportarla; habría que ser ángel. Dios escogió el tercer plan: hacer salir el sol sobre los buenos y los malos y llover sobre los justos y los injustos; y que cada cual procure tomar el solcito y aprovechar el agua lo mejor que pueda. Y si a un católico, por idiota o descuidado, se le rompen las acequias, que no le eche la culpa a Dios y que no ande diciendo que “bien dijo Cristo que los hijos de este siglo son necesariamente más felices en sus negocios que los hijos de la luz”. Cristo no dijo eso.” (CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Editorial Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 282-287)

Seamos astutos en las cosas materiales, para bien, pero en las espirituales mucho más, que a todos nos va a favorecer. Recemos unos por otros y pidamos a la Virgen que sepamos hacer el verdadero negocio: la caridad, sobre todo en este último trecho del año de la Misericordia.

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