Siempre ha habido gente simple o que se deja llevar por el primer impulso...; y la seguirá habiendo. Nos puede ocurrir a cualquiera. Pero la novedad en estos años es que lo que antes podía quedar en el ámbito de una taberna o de un bar, ahora se extiende por todo el mundo y quizá quede en esa Nube que es como la versión digital de la Omnisciencia, hasta ahora reservada a Dios.
El ser humano necesita expresarse, y se entienden los desahogos tuiteros. Quizá muchos piensan que lo que opinan es tan importante que merece ser conocido universalmente. Pero lo mismo puede ser retuiteada una opinión lúcida e ingeniosa que una soberana idiotez o una desalmada metedura de pata tipo Zapata. El tuit puede expresar simpatía, apoyo, cordialidad o bien mala idea, crueldad, odio.
Si bien se piensa, escribir un tuit con algo que puede volverse en contra de quien lo escribe es una tontería, es decir, algo hecho sin sentido alguno, por aquello de no tirar piedra contra el propio tejado. Zapata, ssigue como concejal de Madrid, pero en su curriculum siempre estará que no tuvo la inteligencia suficiente para saber que estaba yendo en contra de él mismo.
Y es que la tuitontería no tiene límites, porque como dice la frase latina de incierto origen, stultorum infinitus est numerus, el número de los tontos es infinito. No hablo de una discapacidad, sino de actuar sin la mínima inteligencia, que siempre es posible.
Los tuiteros podrían darle un poco al coco y pensar algo del estilo de “antes de lanzar esto, ¿qué consecuencias podría traerme?”
“¡Pero si solo es una gracia!” Hay muchas gracias con muy poca gracia.
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