Acabo de regresar de México, donde he dado un curso de formación teológica a los sacerdotes de una diócesis del norte de esa gran nación. Los sacerdotes de esa diócesis me han recibido con un cariño y afecto que no merezco. O quizá sí que lo merezco, y es mi gran humildad la que me impide ver las muchas prendas de las que estoy dotado.
Al regreso, en la escala en México DF, me esperaba una persona conocida de otros viajes y su novio, acompañados ambos de una dulce lectora de mis obras que me dijo que desde hacía años había rezado cada día un padrenuestro por mí cada día. No hace falta decir que ese detalle me llenó de gratitud. Después de la gratitud, por supuesto, le sometí a un exahustivo interrogatorio para ver qué libros había leído.
Ahora he regresado al frío y a mis libros. Regresar a casa supone volver a sumergirme en el mundo de los libros. Mañana me cocinaré una paella de arroz negro para celebrar mi retorno.
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