“Al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron, Jesús se acerco, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles… Se levantó de madrugada, se marchó a un descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y al encontrarlo, le dijeron: “Todo el mundo te busca”. El les respondió: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí que para eso he salido!” (Mc 1,29-39)
Una de las cosas que más aparece en el Evangelio es la curación de los enfermos.
Diera la impresión de que la fiebre no tiene mayor importancia.
Sin embargo, Jesús sabe que la suegra de Simón está con fiebre y allá se ve.
Y siempre los tres gestos típicos:
“Se acercó”,
“la cogió de la mano”,
“y la levantó”.
Jesús no es un profesional de la salud.
Su vocación es una misión de la salud.
Su misión es sanar, es la salud.
Bella imagen para los médicos que a lo largo del Evangelio tiene un modelo del ejercicio de su profesión que ha de ser también una profesión.
La misión de ayudarnos a disfrutar de una buena salud.
La misión de ayudarnos incluso a prolongar la vida con la nueva ciencia médica.
La misión de hacer sentir su cercanía al enfermo.
El médico no puede ser un profesional frío, intelectual.
¡Qué importancia la de sanar y curar!
¡Qué importancia la de hacernos disfrutar de una buena salud.
Pero ¡qué importante sentir que para él no somos objetos, sino personas!
Que para él somos importantes.
Que no solo curan con su saber médico sino que sobre todo sanan el corazón con el simple gesto de tomarnos de la mano como un amigo.
Sentir los mismos sentimientos que Cristo Jesús.
Hacerle sentir al enfermo ese sentimiento de cercanía y amistad.
Pero para ello es preciso sensibilidad el corazón.
Y nada mejor que un rato de oración diaria.
Que mejor que comenzar el día con un momento de oración en silencio como Jesús.
La oración no solo crea esa comunión con Dios.
También reblandece, humaniza y sensibiliza el corazón.
Está bien la especialidad técnica.
Pero diría que tal vez tiene más fuerza la relación de corazón a corazón.
Hace unos días visité a un cardiólogo.
En un momento me di cuenta de que al lado de su mesa tenía colgado un Crucifijo.
No resistí a la tentación y la preguntó ¿por qué lo tenía tan visible?
Sonrió y me dijo: No eres el primero que me pregunta. Pero los dos somos cardiólogos.
Con frecuencia le miro y me enseña a mirar a mis pacientes.
Y no se imagina cuántos se serenan cuando le ven a El con la llaga del corazón.
A muchos colegas no les cae muy bien y hasta las parece tétrico.
A mí y a mis pacientes nos ayuda mucho.
Yo le suelo decir: “tú eres mi asistente de cardiología”.
Es lo que hacía Jesús:
Se levantaba de madrugada y se iba a un lugar solitario.
Allí comenzaba el día haciendo oración.
Allí aprendía Jesús a mirar con compasión, a sentir lastima, a hacer cercano del que sufre.
Allí aprendía a unir su palabra con sus gestos de amor.
La palabra que no nace del amor es fría.
La palabra y los gestos de sanación, que brotan de la oración, llevan calor a los demás.
Clemente Sobrado C. P.
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