“El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quien se parece; se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina”. (Lc 6,43-49)
Seguir a Jesús no es nada fácil.
Ser cristiano no es nada fácil.
Ser sacerdote no es nada fácil.
Ser esposos no es nada fácil.
Vivir a la luz del Evangelio la vida de negocios no es nada fácil.
Y no es nada fácil:
Por las exigencias que todo esto implica.
Por las dificultades que hay en el camino.
Por las tentaciones que encontramos en el camino.
Todos tenemos nuestras tormentas psicológicas y espirituales.
Además, no se trata de hacer cosas.
Se trata de vivir, de identificarnos con nosotros mismos y nuestra misión
Por eso Jesús nos pide:
Que no bastan los sentimientos que cambian cada día.
Que es necesario tener buenos cimientos.
Me encantan ciertos árboles que tienen unas raíces profundas y que se extienden y expanden por la tierra.
El cimiento, para Jesús, es su palabra.
Una palabra que no basta oírla.
Una palabra que hay que interiorizarla.
Una palabra que es preciso convertir en nuestra propia raíz.
Una palabra que es preciso convertirla en nuestro propio cimiento.
Una palabra que es preciso hacerla vida.
Cuando uno ve la facilidad con que se derrumba nuestro matrimonio, ¿no será señal que no está fundamentado en la palabra de Dios?
Cuando uno ve con qué facilidad abandonamos nuestra vocación de consagrados, ¿no será señal que nuestra consagración carecía del cimiento de la Palabra de Dios?
Cuando uno ve con qué facilidad vivimos una doble vida, cristianos en la Iglesia y mundanos en la calle, ¿no será porque nuestra fe no tiene raíces?
Hay demasiadas vidas sin raíces.
Hay demasiados amores sin raíces.
Hay demasiados consagrados sin raíces.
Hay demasiados casados sin raíces.
Hay demasiados cristianos sin raíces.
Leemos la Palabra de Dios pero no echa raíces.
Leemos la Palabra de Dios pero queda en la superficie.
Leemos la Palabra de Dios para no la hacemos vida.
Y no es cuestión de leerla.
Ni es cuestión de proclamarla.
Es cuestión de hacerla vida.
¿Cuántas parejas fundamentan su amor en la Palabra de Dios?
¿Cuántas parejas proclaman entre ellas la Palabra de Dios?
No basta tener la Biblia como adorno en la sala.
El verdadero estante de la Biblia es nuestro corazón.
¿Cuántos sacerdotes leemos la Biblia para nosotros mismos?
Es fácil leerla para saber qué decir el domingo a los fieles.
Pero no es lo hablo lo que da base a mi vocación, sino lo que vivo.
Son muchos los edificios que se derrumban por faltan de cimientos seguros.
Somos muchos los cristianos los que nos derrumbamos por falta de cimientos.
Y por eso no tenemos consistencia a la hora de las dificultades.
Y por eso no tenemos raíces profundas ante las tormentas de la vida.
“El que escucha y pone por obra mis palabras se mantuvo firme porque sólido”
“El que escucha y no pone por ora quedó hecha una ruina”.
Clemente Sobrado C. P.
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