Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 23 a. Semana – Ciclo A

“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo u no reparas en la vida que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la vida de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”. (Lc 6, 39-42)



Somos especialistas en ver los defectos de los demás.

Y bastante torpes para ver los nuestros.

Nos escandalizamos de los defectos de los demás.

En cambio los nuestros nos parecen normales.


Los defectos de los demás siempre nos parecen grandes.

Diera la impresión de que los miramos con lentes de aumento.

En cambio nuestros defectos son simples fallos o errores.

Por eso somos críticos de los otros.

Y demasiado comprensivos con nosotros.


Siempre me ha llamado la atención la profesión de “barrenderos de la municipalidad”.

Se los ve con sus cubos y su escoba buscando las basuras grandes y pequeñas de la calle.

Y me impresiona que apenas veo a ninguno de ellos contemplando esos jardincitos que abundan en cualquier lugar.

Ellos no buscan las flores.

Ellos buscan las basuras.

Ellos no cortan las flores para llevarlas a casa.

Ellos recogen las basuras para llevarlas al basurero.


¿No tendremos mucho de “barrenderos” y poco de “jardineros”?

¿No tendremos más instinto de “basuras” que de “flores”?

¿No nos sucede esto con nuestros hermanos?

¡Con qué facilidad vemos sus defectos!

¡Cuánto nos cuesta ver sus cualidades y virtudes!


Jesús nos pide que primero:

Reconozcamos nuestros defectos.

Reconozcamos nuestros fallos.

Reconozcamos nuestras mentiras.

Reconozcamos nuestras infidelidades.

Reconozcamos nuestras “vigas”.


Quien no tiene la suficiente sinceridad de reconocer sus miserias, difícilmente podrá reconocer las de los demás.

Porque quien no es sincero consigo mismo, termina siendo mentiroso con los otros.

Porque quien no ve claro su propio corazón, difícilmente verá con claridad el corazón de los demás.


Reconozco que el ministerio del confesionario me ha enseñado mucho:

Cuando veo la sinceridad con que me cuentan sus pecados, me hacen mirar a los míos.

Cuando veo la claridad con que me dicen sus pecados, me hacen pensar en los que yo oculto o no quiero ver.

Más de una vez me han enviado gente que vivía empecatada.

¡Y cuanta fue sorpresa cuando me encontré con corazones heridos, pero de una gran nobleza!


No pretendo declararme inocente.

Es posible que también yo sea especialista en “motas” y “vigas”.

Es posible que también yo vea mejor las “motas” de mi hermano, que mis “vigas”.

Por eso, antes de entrar a confesar, me gusta hacer un rato de silencio y oración para que el Señor me enseñe a ver los pecados de los penitentes.

Y debo reconocer que:

Más de una vez le he dado gracias al Señor por la sinceridad de mis penitentes.

Más de una vez le he dado gracias al Señor porque me han enseñado a mirarme a mí mismo.

No se puede entrar al confesionario con “vigas en los ojos y el corazón”.

Que el Señor me conceda la gracia de no entrar nunca con vigas atravesadas en mi alma.

¡Qué bueno sería si cada mañana le pedimos al Señor: “Señor, que hoy me enseñes a ver lo bueno de mis hermanos”!


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: coherencia, critica, juicio
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