Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 22 a. Semana – Ciclo A

“La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó: ella levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y, él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando”. (Lc 4, 31-37)


Siempre he pensado que la “fiebre” no es ninguna enfermedad.

Pero es señal de que algo enfermo hay en nosotros.

La fiebre implica que dentro hay una infección que no vemos.

La fiebre es un aviso.

Es un ponernos en alerta de que algo no funciona bien dentro.


La suegra de Simón “estaba con una fiebre muy alta”.

No se nos dice cuál era la infección que la provocaba.

La fiebre crea un malestar en el organismo como protesta a lo que anda mal dentro.

Podemos bajar la fiebre mediante analgésicos.

Pero bajar la fiebre no es curar la infección.

Aquí Jesús no solo curó la fiebre.

Junto con la fiebre curó la infección, porque la suegra de Simón se “levantó y comenzó a servirles”.


Hay muchos tipos de fiebre.

Y aunque parezca mentira son el principio de la curación.

Es la voz de la infección que nos avisa para sanarnos por dentro.


Hay la fiebre de querer tener más.

Avisándonos de nuestra esclavitud de las cosas.

Hay la fiebre de la infidelidad.

Avisándonos que nuestro matrimonio necesita de curación.

Hay la fiebre de nuestro cansancio espiritual.

Avisándonos que vivimos una espiritualidad muy pobre.

Hay la fiebre de no tener tiempo para Dios.

Avisándonos de que Dios no es importante en nuestras vidas.

Hay la fiebre de dejar de rezar.

Avisándonos de que nuestra relación con Dios es superficial.

Hay la fiebre de nuestra indiferencia ante los necesitados.

Avisándonos de que las necesidades de los otros no nos duelen.

Hay la fiebre de nuestra indiferencia ante el hambre de los demás.

Avisándonos de que los demás no son importantes para nosotros.

Hay la fiebre de no tener tiempo para los que están solos.

Avisándonos de que los demás nos son indiferentes.

Hay la fiebre de no tener tiempo para ir a Misa.

Avisándonos de que la Eucaristía no es el centro de nuestra vida.

Hay la fiebre de no confesarnos.

Avisándonos de la poca importancia que damos al pecado.


Como ven, hay muchas fiebres.

No solo del cuerpo sino también del alma.

Pero ojala nos doliesen esas fiebres del alma como nos duelen las del cuerpo.

Porque serían el principio para comenzar a sanar nuestras almas.

Porque cuando estas cosas no nos duelen ni nos molestan, difícilmente trataremos de curar sus raíces.


Me siento mal porque no rezo.

Buena señal, ya has comenzado.

Me siento mal porque no voy a misa.

Buena señal, ya has comenzado.

Me siento mal porque no leo la Palabra de Dios.

Buena señal, ya has comenzado.

Me siento mal porque hace años que no me confieso.

Buena señal, ya has comenzado.

Me siento mal porque los demás me son indiferentes.

Buena señal, ya has comenzado.


Señor: yo te pediría que no nos sanes de nuestra fiebre espiritual, si es que no sanas nuestra infección.

Señor: sana nuestras fiebres del alma sanando el alma.

Señor: sana la fiebre y la infección del corazón, para que también nosotros nos pongamos en pie y comencemos a “servir a los demás”.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: curacion, Jesus, señal
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