“Entonces unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él… Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su Madre y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino”. (Mt 2,1-12)
La Epifanía, una de las fiestas más populares de la Navidad.
No es la fiesta de los Reyes.
Es la fiesta de la Epifanía, de la manifestación.
Por más que popularmente el Niño apenas aparece.
Los Magos, sus camellos y dromedarios parecen más importantes.
No estoy contra esa celebración sino que quiero verla como una especie de paraliturgia popular.
Primero fue la Epifanía a los pobres, a los pastores.
Ahora es la Epifanía a la humanidad comenzando por los de lejos.
Los Magos no tienen nombre, signo de su universalidad.
Somos nosotros los que les pusimos nombres.
A los Magos, nosotros mismos los universalizamos al pintarlos de blanco, de negro y amarillo.
Es la misma fe de la Iglesia la que descubrió la universalidad del nacimiento del Niño.
Un Niño de raza judía.
Pero que por encima de raza es el “Niño de todos y para todo”.
Un Niño que necesita señales, necesita su estrella para poder ser reconocido por la humanidad.
Y curioso:
Los de cerca no se han enterado.
Los de cerca ni saben nada del Niño.
Los de cerca ni saben nada de la estrella.
Los de cerca solo saben por los libros donde será.
Pero no se han enterado que ya tuvo lugar.
Momentos en la historia de los Magos:
Son de lejos y son los primeros en ver sus señales.
Son de lejos y en el camino quedan a oscuras y sin camino.
Son de lejos y van a buscarlo y en su oscuridad se sienten perdidos.
Sus dudas y oscuridades no los echan atrás.
Preguntan y preguntan a quienes creen que lo tienen que saber.
Y resultan que quienes debían saberlo no lo saben.
Y sin embargo son ellos quienes los ponen de nuevo en camino.
La verdad tiene muchos caminos.
Hasta los que no creen pueden ser luz en el camino del creyente.
Son los que no creen quienes les devuelven una “inmensa alegría” del camino.
Extraño el camino que lleva a Dios.
Extraño el camino que los regresa a sus tierras.
Extraña la experiencia: un niño en un pesebre.
¿Ese es el rey de los judíos?
Buscaban a “un rey” y se encentran “con Dios”.
Buscaban al “rey de los judíos”, y se encuentran con “con el Dios de todos los hombres.”
Pero también es la “epifanía de los hombres”:
Los poderosos tiemblan de miedo.
Los poderosos no pueden tanto como creen.
Los poderosos muestran su falta de humanidad.
Los poderosos muestran incluso su crueldad.
Los poderosos ponen en peligro a una familia pobre.
Pero los pobres revelan, a veces, la fuerza de su debilidad.
El poder, con frecuencia vive de la mentira: “avisadme para ir también yo adorarle”.
Pero siempre hay otros caminos para huir de los poderosos.
Siempre hay otros caminos para no ponerse al servicio de los poderosos.
Cada uno somos uno de esos Magos.
Cada uno somos uno de esos creyente de rodillas y en adoración.
¿Y qué le vamos a regalar nosotros?
Dios no necesita de nuestro oro.
Regalémosle nuestro corazón, que es lo único que nosotros podemos ofrecerle.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Navidad Tagged: bajada de reyes, epifania, reyes magos, sabios
Publicar un comentario