Homilía Domingo 3º Adviento (A)

(Cfr. www.almudi.org)










(Is 35,1-6.10) "Se alegrará la tierra desierta"


(Sant 5,7-10) "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor"

(Mt 11,2-11) "He aquí que yo envío mi ángel ante tu faz"





--- ¿Quién es, para mí, Jesucristo?

“¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

Hoy, III domingo de Adviento, la Iglesia repite la pregunta que fue hecha por primera vez a Cristo por los discípulos de Juan Bautista: ¿Eres tú el que ha de venir?

Así preguntaron los discípulos de aquel que dedicó toda su misión a preparar la venida del Mesías, los discípulos de aquel que “amó y preparó la venida del Señor” hasta la cárcel y hasta la muerte. Ahora sabemos que, cuando los discípulos presentan esta pregunta a Jesús, Juan Bautista se encuentra ya en la cárcel, de la que no podrá salir más.

Y Jesús responde remitiéndose a sus obras y a sus palabras y, a la vez, a la profecía mesiánica de Isaías: “Jesús les respondió: ‘Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva’” (Mt 11,4-5).

En el centro mismo de la liturgia del Adviento nos encontramos, pues, esta pregunta dirigida a Cristo y su respuesta mesiánica.

Aunque esta pregunta se haya hecho una sola vez, sin embargo nosotros la podemos hacer siempre de nuevo. Debe ser hecha. ¡Y en realidad se hace!.

El hombre plantea la pregunta en torno a Cristo. Diversos hombres, desde diversas partes del mundo, desde países y continentes, desde diversas culturas y civilizaciones, plantean la pregunta en torno a Cristo. En este mundo, en el que tanto se ha hecho y se hace siempre para cercar a Cristo con la conjura del silencio, para negar su existencia y misión, o para disminuirlas y deformarlas, retorna siempre de nuevo la pregunta en torno a Cristo. Retorna también cuando puede parecer que ya se ha extirpado esencialmente.

El hombre pregunta: ¿Eres tú, Cristo, el que ha de venir? ¿Eres tú el que me explicará el sentido definitivo de mi humanidad? ¿El sentido de mi existencia? ¿Eres tú el que me ayudará a plantear y a construir mi vida de hombre desde sus fundamentos?

Así preguntan los hombres, y Cristo constantemente responde. Responde como respondió ya a los discípulos de Juan Bautista. Esta pregunta en torno a Cristo es la pregunta de Adviento, y es necesario que nosotros la hagamos dentro de nuestra comunidad cristiana. Hela aquí:

¿Quién es para mí Jesucristo?

¿Quién es realmente para mis pensamientos, para mi corazón, para mi actuación? ¿Cómo conozco yo, que soy cristiano y creo en Él, y cómo trato de conocer al que confieso? ¿Hablo de Él a los otros?¿Doy testimonio de Él, al menos ante los que están más cercanos a mí: en la casa paterna, en el ambiente de trabajo, de la universidad o de la escuela, en toda mi vida y en mi conducta? Ésta es precisamente la pregunta de Adviento, y es preciso que, basándonos en ella, nos hagamos las referidas, ulteriores preguntas, para que profundicen en nuestra conciencia cristiana y nos preparen así a la venida del Señor.

--- La espera del Mesías

Hay diversos advientos: el del niño; el del joven; el del mayor. Todos los advientos nos preparan a la misma realidad. Hoy, en la segunda lectura litúrgica, escuchamos lo que escribe el Apóstol Santiago: “Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser juzgados; mirad que el Juez está ya a las puertas” (Sant 5,7-9).

Precisamente este reflejo debe tener tales advientos en nuestros corazones. Debe parecerse a la espera de la recolección. El labrador aguarda el fruto de la tierra durante todo un año o durante algunos meses. En cambio, la mies de la vida humana se espera durante toda la vida. Y todo adviento es importante. La mies de la tierra se recoge cuando está madura, para utilizarla en satisfacer las necesidades del hombre. La mies de la vida humana espera el momento en el que aparecerá en toda la verdad ante Dios y ante Cristo, que es juez de nuestras almas.

La venida de Cristo en Belén anuncia también este juicio. ¡Ella dice al hombre por qué le es dado madurar en el curso de todos estos advientos, de los que se compone su vida en la tierra, y cómo debe madurar él!

--- El triunfo final

En el Evangelio de hoy Cristo, ante las muchedumbres reunidas, da el siguiente juicio sobre Juan Bautista: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él” (Mt 11,11). Mi deseo es que nosotros podamos ver el momento en que escuchemos palabras semejantes de nuestro Redentor, como la verdad definitiva sobre nuestra vida.

Esta preparación se realiza acogiendo la renovada invitación a la conversión y meditando el eterno misterio del Hijo de Dios que, encarnándose en el seno purísimo de María, nació en Belén. Pero desde otro punto de vista se trata de la cotidiana constante venida de Cristo en nuestra vida sobre todo en la participación litúrgico-sacramental.

Permitidme que termine esta consideración sobre el Adviento con las palabras que sugiere el Profeta Isaías: “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios... Él os salvará” (Is 35,3-4).


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