Conocí a Monseñor Eduardo Fuentes en un viaje que hizo a España para buscar sacerdotes que le ayudasen a sacar adelante el Seminario, que había comenzado en su diócesis de Sololá.
Me admiró su cercanía y sencillez. Me entusiasmó el proyecto que me expuso en pocas pero muy entusiastas palabras y, al cabo de unos meses, empecé a trabajar a su lado como formador del Seminario Mayor de Sololá, que entonces estaba en San Andrés Semetabaj.
Era el Seminario un incipiente proyecto que contaba con unos veinte alumnos, sacados adelante por el trabajo incansable del propio Obispo, al que ayudábamos tres sacerdotes, originarios de España, y que residíamos en el propio Seminario, y algunos otros, que iban y venían para ayudar con las clases.
Monseñor Eduardo dirigía el Seminario, haciendo compatible esta tarea con el pastoreo de su extensa diócesis, que abarcaba entonces los departamentos de Chimaltenango, Mazatenango y Sololá. Confiaba totalmente en quienes le ayudábamos, aunque no poseíamos experiencia y estábamos recién llegados a Guatemala. Con su ejemplo y entusiasmo nos daba ánimos para sacar adelante aquella empresa, que él consideraba especialmente querida y bendecida por Dios, ya que contaba con el aliento explicito del Papa Juan Pablo II. Cuando la escasez o la inexperiencia nos desalentaban nos dedicaba tiempo, escucha atenta y optimismo, y revitalizaba así nuestro ánimo maltrecho.
En la foto. Monseñor Eduardo, con el P. Juan Izquierdo, que hoy cumplía años, el P. Javier Pereda, el P. Abelardo y yo, descansando en El Salvador en 1988.
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