“Los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: “Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no lo quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones”. (Mt 20,14-21)
Cuatro pensamientos para proclamar la buena noticia:
Los fariseos planean acabar con él.
Presentación del Mesías según Isaías.
Jesús no es ningún vendedor de la plaza del mercado.
Jesús no viene a apagar el fósforo que aun queda sino a darle más luz.
Una vez más se nos plantean los sentimientos humanos de los “santos según la Ley” de acabar con Jesús.
¡Cuánto nos cuesta a todos aceptar la novedad del Evangelio!
¡Cuánto nos cuesta a todos abrirnos al cambio y renunciar a las seguridades del pasado!
¡Cuánto nos cuesta a todos abrir el corazón al hoy de Dios!
Preferimos vivir en la tumba de lo que ya está muerto que el jardín donde brota la nueva vida.
Y siempre la misma solución.
La de ayer y la de hoy: eliminar al profeta que anuncia el hoy de Dios.
Mientras unos piensan en “acabar con él”:
El se retira silenciosamente.
El se dedica a curar y sanar a los que están enfermos.
Jesús no es de los que se enfrenta dando la guerra.
Jesús prefiere responder al mal haciendo el bien.
Jesús no es de los que provoca la violencia con más violencia.
Mientras unos piensan en darle muerte, él piensa en devolver una mejor vida.
Es la novedad de Dios y del Reino.
Y de nuevo hace proclama cómo lo ve Dios, frente a la visión que tienen de él los hombres:
“Mi siervo”.
“Mi elegido”.
“Mi amado”.
“Mi predilecto”.
Se repite prácticamente la presentación que Dios hace de Jesús en el Bautismo.
Y en ellos se repite también la condición de cada uno de nosotros los bautizados.
¿Cuándo lograremos superar esa visión negativa que tenemos de nosotros?
¿Cuándo lograremos vernos a nosotros mismos:
Como los elegidos.
Como los amados.
Como los predilectos.
Nuestra mayor desgracia y hasta nuestra peor actitud frente a Dios, es vernos como esos inútiles, esos olvidados, esos marginados de Dios.
Personalmente me uno al pensamiento de Newen de que:
“Nuestra mayor desgracia no es sentirnos grandes, sino en sentirnos menos de lo que somos”.
No somos por nuestra relación y comparación con los otros.
Somos lo que somos en el corazón de Dios: “elegidos, bendecidos, amados y predilectos”.
Dios empeñado en hacernos sentir lo importantes que somos, y nosotros empeñados en disminuirnos ante él y los hombres.
Por lo demás:
Jesús no ha venido a destruir a los malos.
Jesús no ha venido a apagar la pequeña luz de nuestras vidas.
Jesús no ha venido a quebrar lo que está ya cascado o debilitado.
Jesús no es de los que cierran las puertas sino el que las abre.
Jesús no es de los que condena a los malos sino el que regala la esperanza.
Jesús es de los que, aunque nuestra fe se esté debilitando, buscará la manera de encender de nuevo su llama.
Jesús no es de los que dice “hasta aquí” sino de los que anuncia “ahora puedes comenzar de nuevo”.
Claro que Jesús tampoco es:
De los que sacan ruido por las calles.
De los que vociferan su verdad por las calles como vendedores ambulantes.
Jesús sabe que la verdad no necesita de muchos ruidos.
Jesús sabe que la bondad no necesita de megáfonos.
Jesús sabe que la verdad y la bondad hablan en silencio.
Jesús sabe que la verdad y la bondad se anuncian a sí mismas sin ruido.
Clemente Sobrado C. P.
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