18 de julio. Jueves de la XV semana durante el año.

Moisés y la zarza ardiente.

Moisés y la zarza ardiente.



1. (Año I) Éxodo 3,13-20


a) ¿Cómo se llama Dios? Es una pregunta legítima que Moisés le dirige al que le está llamando a una misión tan complicada. ¿En nombre de quién tendrá que presentarse a su pueblo y al Faraón en Egipto?


No leemos aquí todas las excusas que presenta Moisés para no tener que aceptar el difícil encargo. Lo cierto es que, al final, se ha rendido (Dios ha tenido que «enfadarse» con él y le ha dado respuesta a todas sus objeciones). Ahora ya se trata de preparar la estrategia de la liberación de Israel.


El nombre de Dios es «soy el que soy», que no hay que entender tanto desde una perspectiva filosófica (el que tiene la plenitud del ser subsistente), sino existencial e histórica: «soy el que estoy ahí para», «soy el que estoy cerca». Es el Dios de los patriarcas, el Dios de la promesa, el que ha decidido estar siempre ayudando a su pueblo, en el pasado y en el futuro. Por eso ahora se dispone a su liberación. El nombre de Dios se nos revela, no en los libros, sino en la historia.


b) Nosotros podemos llamar a Dios, con mejores motivos que Moisés, «el Dios que está con», «el Dios que siempre se acerca para ayudar». Porque en Jesús nos hemos convencido de que Dios es «Dios-con-nosotros». Jesús se llama a sí mismo, a menudo, con el nombre: «yo soy». A veces, con referencia a diversos aspectos de su personalidad: yo soy el pastor, la puerta, el pan de la vida, la luz, el camino, la verdad, la vida. Y otras, en su totalidad divina: «antes que Abrahán existiera, Yo Soy» (Jn 8,58).


Nosotros sí que podemos decir: «El Señor se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada por mil generaciones, de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac». Hemos experimentado que sigue siendo el Dios de la Alianza, porque, en Jesús, estamos celebrando continuamente la Nueva y definitiva Alianza.


Y, cuando también para nosotros llegan los días malos, no sólo podemos decir: «envió a Moisés su siervo y a Aarón su escogido», sino que podemos añadir: «y nos ha enviado a su Hijo, Cristo Jesús, que nos ayuda en nuestro éxodo y en el camino de nuestra liberación».


Si hay un momento en que Dios se nos revela como cercano es en la Eucaristía: Dios nos dirige su Palabra, que es su mismo Hijo, y nos da su mejor alimento de vida, el Cuerpo y la Sangre del Resucitado. No podemos tener mejor luz y fuerza para la jornada.


2. Mateo 11,28-30


a) Es muy breve el evangelio de hoy, pero rico en contenido y consolador por demás. Jesús nos invita, a los que podemos sentirnos «cansados y agobiados» en la vida, a acercarnos a él: «venid a mi».


Nos invita también a aceptar su yugo, que es llevadero y suave. Los doctores de la ley solían cargar fardos pesados en los hombros de los creyentes. Jesús, el Maestro verdadero, no. El nos asegura que su «carga es ligera», y que en él «encontraremos descanso».


b) No es que el estilo de vida de Jesús no sea exigente. Lo hemos leído muchas veces en el evangelio y lo experimentamos en la vida. Su programa incluye renuncias y nos pide cargar con la cruz.


Pero, a la vez, él nos promete su ayuda. Cargamos con la cruz, si, pero en su compañía «Yo os aliviaré». Como el Cireneo le ayudó a él a llevar la cruz camino del Calvario, él nos ayuda a nosotros a superar nuestras luchas y dificultades. Cuando nos sentimos «cansados y agobiados», cosa que nos pasa a todos alguna vez, recordemos la palabra alentadora del Señor, que conoce muy bien lo difícil que es nuestro camino.


Así mismo, deberíamos aprender la lección para nuestras relaciones con los demás.


Para que no nos parezcamos a los sabios legalistas que agobian a los demás con sus normas y exigencias, sino a Jesús, que invita a ser fieles, pero se muestra comprensivo con las caídas y debilidades de sus seguidores, siempre dispuesto a ayudar y perdonar. No quiere que nos sintamos movidos por el temor de los esclavos, sino por el amor de los hijos y la alegría de los voluntarios.


Cuando es el amor el que mueve, toda carga es ligera.


«Yo soy el que soy» (1ª lectura I)


«El Señor se acuerda de su alianza eternamente» (salmo I)


«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (evangelio)




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