La liturgia diaria meditada - Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian (Lc 6,27-38) 13/09



Jueves 13 de Septiembre de 2018
San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia
Memoria. Blanco.

Martirologio Romano: Memoria de san Juan, obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia, antioqueno de nacimiento, que, ordenado presbítero, llegó a ser llamado «Crisóstomo» por su gran elocuencia. Gran pastor y maestro de la fe en la sede constantinopolitana, fue desterrado de la misma por insidias de sus enemigos, y al volver del exilio por decreto del papa san Inocencio I, como consecuencia de los malos tratos recibidos de sus guardianes durante el camino de regreso, entregó su alma a Dios en Cumana, localidad del Ponto, el catorce de septiembre († 407).

Antífona de entrada          Cf. Dn 12, 3
Los sabios brillarán como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, lucirán como las estrellas, por toda la eternidad.

Oración colecta     
Dios nuestro, fortaleza de los que en ti esperan, que hiciste brillar al obispo san Juan Crisóstomo por su admirable elocuencia y su firmeza en las tribulaciones, concédenos que, instruidos por su enseñanza, seamos confortados por el ejemplo de su inquebrantable paciencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Dios todopoderoso, recibe con agrado este sacrificio que te ofrecemos en la fiesta de san Juan Crisóstomo; que sus enseñanzas nos impulsen a alabarte con todo nuestro ser. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        Cf. 1Cor 1, 23-24
Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza y sabiduría de Dios.

Oración después de la comunión

Concédenos, Dios misericordioso, que el sacramento recibido en la conmemoración de san Juan Crisóstomo, nos confirme en tu amor y nos convierta en fieles testigos de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura         1Cor 8, 1. 4b-13
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Con respecto a la carne sacrificada a los ídolos, todos tenemos el conocimiento debido, ya lo sabemos, pero el conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica. Sabemos bien que los ídolos no son nada en el mundo y que no hay más que un solo Dios. Es verdad que algunos son considerados dioses, sea en el cielo o en la tierra: de hecho, hay una cantidad de dioses y una cantidad de señores. Pero para nosotros, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y a quien nosotros estamos destinados, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y por quien nosotros existimos. Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Algunos, habituados hasta hace poco a la idolatría, comen la carne sacrificada a los ídolos como si fuera sagrada, y su conciencia, que es débil, queda manchada. Ciertamente, no es un alimento lo que nos acerca a Dios: ni por dejar de comer somos menos, ni por comer somos más. Pero tengan cuidado que el uso de esta libertad no sea ocasión de caída para el débil. Si alguien te ve a ti, que sabes cómo se debe obrar, sentado a la mesa en un templo pagano, ¿no se sentirá autorizado, a causa de la debilidad de su conciencia, a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos? Y así, tú, que tienes el debido conocimiento, haces perecer al débil, ¡ese hermano por el que murió Cristo! Pecando de esa manera contra sus hermanos e hiriendo su conciencia, que es débil, ustedes pecan contra Cristo. Por lo tanto, si un alimento es ocasión de caída para mi hermano, nunca probaré carne, a fin de evitar su caída.
Palabra de Dios.

Comentario
Una vez realizados los sacrificios de animales en los templos paganos, la carne se vendía en el mercado. Esto traía un problema de conciencia a los cristianos. ¿Podían comer de esa carne que provenía de un rito a los ídolos? San Pablo dice: “como esos ídolos no son nada, podemos comerla”. Sin embargo, prefiere poner como principio supremo la caridad y considerar si este acto podría traer confusión a un hermano en la fe. Así, velar por la santidad de toda la comunidad es lo más importante.

Salmo             Sal 138, 1-3. 13-14b. 23-24
R. ¡Llévame por el camino eterno, Señor!

Señor, tú me sondeas y me conoces tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. R.

Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! R.

Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior; examíname y conoce lo que pienso; observa si estoy en un camino falso y llévame por el camino eterno. R.


Aleluya        1Jn 4, 12
Aleluya. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. Aleluya.

Evangelio     Lc 6, 27-38
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. 

Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. 

Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá». 
Palabra del Señor.

Comentario
A esos pobres y enfermos que lo seguían, Jesús les presenta el modo de vida del Reino de Dios. Amar con tal entrega y desprendimiento como para amar incluso al enemigo. No hay fuerza humana que haga esto, sólo el poder de Dios obrando en nosotros lo hace posible. Quien ha experimentado la sanación y el perdón que Dios trae, puede  amar de ese modo.

Oración introductoria 
Gracias, Señor, porque conoces mi debilidad y aún así me llamas a la santidad. Te suplico que mi oración me llene de confianza, no en mi esfuerzo o virtud, sino en tu inmensa misericordia, en tu compasión para conmigo y en tu gracia que hace que todo sea posible. 

Petición 
Señor, ayúdame a no defraudarte y a corresponderte buscando la perfección en mi amor, hoy más que ayer. 

Meditación 

Hoy, en el Evangelio, el Señor nos pide por dos veces que amemos a los enemigos. Y seguidamente da tres concreciones positivas de este mandato: haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Es un mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo podemos amar a quienes no nos aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes sabemos cierto que nos quieren mal? Llegar a amar de este modo es un don de Dios, pero es preciso que estemos abiertos a él. 

Bien mirado, amar a los enemigos es lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá desarmado; amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser enemigo. En la misma línea, Jesús continúa diciendo: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (Lc 6,29). Podría parecer un exceso de mansedumbre. Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al ser abofeteado en su pasión? Ciertamente no contraatacó, pero respondió con una firmeza tal, llena de caridad, que debió hacer reflexionar a aquel siervo airado: «Si he hablado mal, di en qué, pero si he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,22-23).

En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula en positivo: «Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31). Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Comentando este versículo, nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más, porque Jesús no dijo únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced el bien a los demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se puede quedar en un mero deseo, sino que debe traducirse en obras.

En nuestra sociedad, amamos a los que nos aman; hacemos el bien a quienes nos lo hacen y prestamos a quienes sabemos nos lo van a devolver. Una conducta muy razonada, que no compromete en nada. Pero obrando así, ¿qué es lo que nos distingue de los que no tienen fe?. Al cristiano se le pide un "plus" en su vida: amar al prójimo, hacer el bien y prestar sin esperar recompensa, pues eso es lo que hace Dios con nosotros, que nos ama primero para que nosotros le amemos. 

Tenemos que adelantarnos a hacer el bien, para despertar en el corazón de los otros sentimientos de perdón, de entrega, de generosidad, paz y gozo; así nos vamos pareciendo al Padre del cielo y vamos formando en la tierra la familia de los hijos. 

Y, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Nos hemos puesto a pensar en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. 

El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar. No nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos. 

Propósito 
Transformar los problemas y conflictos del día de hoy en oportunidades para crecer en la confianza en la providencia de Dios. 

Diálogo con Cristo 
Señor, Dios Todopoderoso, rico en misericordia y perdón, mira nuestra torpeza para amar, nuestra poca generosidad en la entrega y nuestra dificultad a la hora de perdonar. Te pedimos nos concedas un corazón misericordioso que se compadezca de las necesidades de nuestros hermanos. 


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