Una persona a la que conozco desde hace años me escribió hoy:
He echado de menos un comentario o una fugaz alusión de la muerte de X [un obispo cuyo nombre omitiré]. Sé que fue un hombre controvertido entre (…) pero para nosotros (…) fue un referente en aquellos difíciles años.
Tras meditarlo un par de minutos, escribí esta contestación:
Cuando no se puede hablar bien, es mejor callar. De monseñor Tarancón hablé porque ya es un personaje lejano, histórico.
Pero después me di cuenta de que puede haber un cierto número de personas (quizá pequeño) que esperen una palabra de mí. No voy a decir el nombre del obispo por caridad, para que queden ocultos tantos asuntos en quienes no saben nada.
De ese obispo nada voy a decir respecto a su actuación en temas de este mundo, porque sobre ese campo prefiero callar, para que no salga lo peor de mí. Solo quiero comentar alguna cosa respecto a su actuación eclesial, pues su gobierno al frente de la diócesis fue decididamente progresista, extremadamente progresista.
Durante los años de su largo pontificado, solo se ordenaba el que siguiera una muy determinada línea teológica y pastoral. Para cualquier otra posición opinable y lícita dentro de la Iglesia no había lugar. Su tiempo fue una verdadera dictadura teológica.
Los resultados hablan por sí mismos. Si miramos varios indicadores, yo lo he hecho, descubrimos que su diócesis está prácticamente a la cola de la religiosidad de esa nación. Curiosamente, ese obispo recibió una diócesis que era de las más religiosas de ese país y dejó una de las diócesis a la cola en cualquier parámetro que analicemos. Justamente al revés que un monseñor Guerra Campos o un don Marcelo. El obispo del que hablo, pero cuyo nombre callo, fue la antítesis de estas grandes figuras episcopales.
Cuando observamos la lucha infatigable de un san Agustín contra los donatistas, o la denodada lucha de san Atanasio contra el arrianismo, o la lucha, hasta la muerte, de santo Tomás Becket contra el regalismo, observamos que dentro de la Iglesia no cabe todo, que no todo da lo mismo. Seguir un camino u otro tiene consecuencias.
Quizá sea pequeño el número de lectores míos que esperaban una palabra mía sobre este obispo, pero para todos debe quedar claro que no da lo mismo que una diócesis se gobierne en una dirección u otra. ¿Quién es el obispo, como si fuera un señor feudal, para decidir de forma arbitraria quién se ordena y quién no, basándose solo en sus personales posiciones teológicas?
La objetividad acerca de la validez de alguien para el servicio al Señor jamás puede ser sustituida por un subjetivo: “Es que no encajas en la línea pastoral que seguimos en esta diócesis. Márchate”.
La objetividad acerca de la validez de alguien para el servicio al Señor jamás puede ser sustituida por un subjetivo: “Es que no encajas en la línea pastoral que seguimos en esta diócesis. Márchate”.
Esa línea seguida durante años, durante decenios, produjo los resultados que cabía esperar.
El email que recibí me ha hecho hablar. Me iba a callar, no iba a decir nada respecto a esa negra época. Pero como algunos, bien pocos, hacen apologías de todo aquello, yo os digo a los más radicales de ese tiempo de infamia: “Fuisteis unos maltratadores de las almas. No tuvisteis piedad de las personas sencillas que veían en vosotros personas sagradas. Manchasteis vuestras almas sacerdotales con una verdadera idolatría. Y en altares que no eran el sacrosanto altar de Dios, se vertió sangre con vuestra comprensión, con vuestro silencio, con vuestra ayuda moral”. ¡El sacerdote cómplice de Caín!
Pocas veces una desviación eclesial produjo frutos tan abominables. Frutos de Mal mezclados con religión. Vosotros, los más radicales de esa época, habéis sido el escándalo de las ovejas y de los buenos compañeros sacerdotes. Porque sí, vosotros, nunca tuvisteis el apoyo de vuestros compañeros sacerdotes razonables. Sí, afortunadamente, aquel seminario no acabó con todo bien, ni con la nobleza de todos los que entraron. No lloréis tanto por aquel seminario, porque aquel seminario provocó otras lágrimas.
Ahora, a estas alturas, ante unos pocos irreductibles que defienden lo indefendible, ha llegado la hora de que oigáis las cosas alto y claro.
No estoy criticando, ni mucho menos, a todo el clero de esa diócesis desgraciada y azotada, donde la oscuridad ha reinado demasiado tiempo. Yo solo levanto mi dedo contra aquellos que hicieron lo que da vergüenza nombrar. Solo a aquellos que apoyaron al Mal. Afortunadamente, no todos los sacerdotes en esa diócesis fueron como vosotros, malos pastores. Hubo sacerdotes que vieron lo que estaba ocurriendo y actuaron y no callaron.
A vosotros, los radicales, los idólatras, os digo: “Arrepentíos, pedid perdón, haced penitencia. No, no es que no os comprendamos. Estáis tan ciegos que creéis que los que estamos fuera de vuestro culto a Baal no os podemos comprender”.
Menos mal, menos mal, que esos radicales ya van siendo muy pocos. Lentamente esos lobos han ido cayendo en manos de una Justicia cuyo veredicto es absolutamente inapelable. Ellos, los causantes, han tenido que escuchar de labios de un airado Jesucristo, Rey de la Historia: “Al menos, Judas Iscariote me dejó. Vosotros os quedasteis dentro para hacer daño”.
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