Tumba de Jonás y palacio de Senaquerib

Es “irónico”, explica Matthew Archbold en National Catholic Register, pero el ansia de destrucción de Estado Islámico en Irak ha permitido un hallazgo arqueológico que se suma a otros tantos que demuestran la verocidad histórica de la Biblia, en este caso la historia de Senaquerib.

A principios de junio de 2014, terroristas del Estado Islámico (ISIS, Daesh) tomaron Mosul y comenzaron su oleada de represión contra los cristianos que aún quedaban en la ciudad iraquí y contra los propios musulmanes desafectos, y además ponían en marcha un plan sistematizado de destrucción del patrimonio artístico incompatible con el islam.

Entre los monumentos destruidos figuró una mezquita que alojaba la tumba del profeta Jonás, un lugar que veneran tanto los cristianos como los musulmanes. Las imágenes de su voladura dieron la vuelta al mundo.

Pero desde finales de 2016, el ejército iraquí empezó la liberación de la ciudad, aún no completada pero que ya ha permitido el regreso de algunas familias cristianas que tuvieron que huir tras caer bajo el control yihadista. Una de las zonas recuperadas es precisamente la que ocupaba la tumba de Jonás, la cual, al estar reducida a escombros, permitió descubrir debajo de ella lo que los arqueólogos identificaron enseguida como el viejo palacio de Senaquerib, rey asirio que se caracterizó por su cruel persecución a los judíos a finales del siglo VIII y principios del siglo VII a.C., cuando asedió infructuosamente la ciudad de Jerusalén, combatió a Ezequías, rey de Judá, y arrasó Babilonia.

Pero no pudo conquistar Jerusalén ni rendir a los judíos, a pesar de que bravuconeó con ello dirigiéndose a los sitiados: “No os engañe Ezequías ni os seduzca con vanas promesas. No le creáis. Ningún Dios de ninguna nación o reino ha podido salvar a su pueblo de mi mano, ni de la mano de mis padres. ¡Cuánto menos podrán vuestros dioses libraros de mi mano!” (2 Crón 32, 15).

A lo que Yahveh respondió cumplidamente: “Yavé envió un ángel que exterminó a todos los mejores guerreros de su ejército, a los príncipes y a los jefes que había en el campamento del rey de Asiria. Este volvió a su tierra con gran vergüenza y al entrar a la casa de su dios, allí mismo, sus propios hijos lo mataron a espada” (2 Crón 32, 21).

Aunque parece que los terroristas de Estado Islámico han arrancado numerosas piezas de los restos del palacio para venderlas y financiarse, el descubrimiento es “extraordinario”, según un arqueólogo que examinó la zona, y viene a confirmar una vez más la exactitud histórica de los relatos bíblicos.

En tiempos recientes se están sucediendo este tipo de hallazgos. En junio de 2015 se encontró en una tinaja la referencia a un personaje de tiempos del Rey David, Eshbaal, que hasta ahora solo se conocía por la Bíblia. Y en agosto de ese mismo años, unos restos evidenciaron ser de la ciudad filistea de Gat, patria del gigante Goliat, con detalles que también corroboran la historia de las Sagradas Escrituras.

Todo el potente avance de la arqueología bíblica en las últimas décadas, lejos de sugerir que dichos textos sagrados sean “míticos” (como pretende la crítica racionalista), no ha servido sino para ratificar que la Biblia es un libro extraordinariamente veraz y preciso en sus narraciones históricas.

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