Lo he escuchado, hace poco, en un programa de radio. Decía una profesora de Matemáticas que para prestigiar su asignatura había que hablar mucho de esa materia y hablar bien. Y ponía un ejemplo: Uno de sus hijos comía sin problemas verduras hasta que fue a la escuela. En el comedor escolar, el niño oyó que las verduras sabían mal y, en consecuencia, dejó de comerlas. No es que no le gustasen las verduras, sino que, a base de oír lo malas que eran, terminó haciendo propio ese diagnóstico generalizado.
Ya no digamos a las Matemáticas, sino a cualquier otra asignatura que se le hiciese la mínima parte de la campaña en contra que a la de Religión, se quedaría completamente sin alumnos. Asignatura opcional, con alternativa a veces y otras sin ella, con evaluación más o menos comprometida, con peso en el expediente mayor o menor, y hasta nulo. Y, encima, acusando de que la mera presencia de esa asignatura en el plan de estudios es como una rémora de un pasado maldito del que renegar cuanto antes.
Y, pese a todo, los padres de los alumnos siguen pidiendo, en una proporción significativa, la clase de Religión. Si pudiesen no pedir la de Matemáticas, seguro que lo harían, pensando en lo que iban a ahorrar en clases particulares de recuperación. Sería un error, ya que es muy conveniente que los alumnos estudien Matemáticas.
También lo es, muy conveniente, que los alumnos estudien Religión. Yo diría que todos los alumnos. Todos. Aunque podría ser bueno que esa asignatura tuviese dos vertientes: El estudio de una religión concreta, pedida por los padres. O el estudio de la Historia de las religiones, como una opción independiente de la confesión religiosa de padres y alumnos.
La enseñanza de la Religión ha de impartirse “en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales”. Y sería fructífero, pero cansino para mí, que no soy jurista, ir recopilando Leyes, Acuerdos, Sentencias, Jurisprudencia…
Pero la hay, y mucha y, en general, favorable a la enseñanza de la Religión. También sería bueno que, siguiendo un marco jurídico como el de Alemania, los profesores de Religión accediesen a sus puestos mediante un sistema de oposiciones y fuesen, en consecuencia, funcionarios del Estado
Aunque la Iglesia – o la confesión religiosa pertinente – deba conservar su papel de otorgar el visto bueno al docente, porque no se puede engañar a los receptores de la enseñanza, haciendo pasar, digamos, por católico lo que no lo es en absoluto.
A quienes, como yo, defendemos por convicción la enseñanza de la Religión en la escuela nos compete hablar mucho de ella y hablar bien. Yo no soy docente de Religión. Soy profesor de Teología en un tramo de enseñanza que no depende del Estado ni de estos líos de leyes educativas. Pero he sido alumno de las clases de Religión y conozco a profesores de Religión.
Solo me cabe hablar mucho y hablar bien de esta materia. Con absoluto convencimiento.
Guillermo Juan Morado.
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