Esto es por aclamación popular, porque son muchos los que en comentarios o por mail me preguntan por el buenazo de Socio. Ante todo, presentaciones, que quizá no todos sepan quién es el tal “Socio”.
Socio es un ser perruno, raza westy, que comparte su perruna existencia con este su seguro servidor desde hace ocho años. No es un perro precisamente piadoso. Esto lo tengo hablado largo y tendido con Luis Fernando y con el P. Iraburu y lo achacamos a la falta de la gracia bautismal, cosa, por otra parte, harto difícil de solucionar. Lo más que ha recibido, en ocasiones varias, ha sido la bendición en el día de San Antón, pero seguimos en las mismas.
Ya adelanto que para nada amigo de templos. Conoció ampliamente la parroquia de la Beata Mogas y conoce ahora los templos de Braojos, Gascones y La Serna. Su única reacción ha sido un hábil levantamiento de pata en todos ellos dejando claro que aquello le pertenece, pero nada más.
Dicho esto, de Socio uno aprende muchas cosas que pueden ser útiles incluso de cara a la labor pastoral.
Socio es perro, pero no es tonto. Come su pienso si no hay otra cosa, pero evidentemente prefiere un buen pedazo de carne, un guiso en su punto o no digamos un buen langostino. Se acomoda en cualquier sitio, pero sabe buscar el fresco del verano y el calorcito del invierno acomodándose, en la casa parroquial, a la distancia justa de la estufa por aquello de que ni falta, ni exceso. Como los niños. Ya saben, que son niños pero no tontos.
Confía en mí absolutamente. Ya quisiera yo que todos nos fiáramos de Dios así. Me sigue por donde me muevo en casa. Me acompaña en la cocina, el despacho, el salón o el baño. Disfruta si estamos juntos y, sobre todo, si paseamos juntos o jugamos con la pelota. Testigos tengo de sus espectaculares remates de cabeza a lo Santillana.
Comete sus pecados y es más consciente que muchos humanos. Pecados en forma de pis en donde no se debe o en sustracción de alimento prohibido si hay descuido. En esos casos sabe poner perfectamente cara de póker y si le pregunto simplemente baja la cabeza y se hace el tonto mientras se larga a mejor lugar. Solo volverá cuando una caricia mía le deje claro que se ha producido el perdón. Entonces se vuelve loco de alegría.
Somos amigos en la alegría y en el dolor. Sabe tumbarse a mis pies y mirarme cuando me ve triste, decaído o enfermo. Aún recuerdo cómo, con motivo del fallecimiento de mi madre, se me subía encima y me llenaba de lametones cuando me veía triste.
Socio es feliz en nuestros pueblos. Pasa tiempo conmigo y dispone de un bonito jardín para pasear, hacer excavaciones y marcar árboles y arbustos mientras llama al orden a las vacas que pacen en el prado vecino.
Este es Socio. Un perro alegre, feliz, listo como el hambre, cariñoso. Que sabe arrimarse donde nota cariño y permanecer al margen si no se le aprecia (y lo nota). Doy gracias a Dios por Socio. Mi Socio. Con el que viajo al pueblo, salgo de vacaciones, paso mis ratos libres y comparto tantas cosas. Un perro feliz. Quienes lo conocen, lo saben.
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