Se nos fue cargado de años, tras una vida dedicada en su mayor parte a enseñar teología a la mayoría del actual clero riojano.
Le puso enorme pasión y ganas, pero le tocaron timpos de cambio y confusión en los que no siempre logró un justo equilibrio entre lo nuevo y lo anterior.
Al menos a sus alumnos nos hubiera gustado que sacrificara el fárrago en aras de la claridad. Pero nunca se le podrá negar sus ganas de acertar, ausencia de doblez y gran bondad.
Por ello y por tanto que Dios tendrá en su haber, descanse en paz nuestro siempre estimado profesor Don Abel.
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