Oficio de lecturas - Sabado de la semana XXIII - Tiempo Ordinario



OFICIO DE LECTURA - SÁBADO DE LA SEMANA XXIII - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del libro del profeta Oseas     6, 1-7, 2

INUTILIDAD DE LA FALSA CONVERSIÓN

    Esto dice el Señor:
    «En su aflicción me buscarán, diciendo: "Volvamos al Señor. Él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará, y al tercero nos levantará, y viviremos en su presencia. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia de primavera que empapa la tierra."
    ¿Qué haré de ti, Efraím? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.
    Ellos en la ciudad de Adam quebrantaron la alianza, se rebelaron contra mí. Galaad es ciudad malhechora, con huellas de sangre. Como bandas de salteadores se agrupan los sacerdotes, camino de Siquem asesinan, ejecutan sus malos pensamientos. En Betel he visto abominaciones, allí se prostituye Efraím, se mancha Israel.
    Cuando yo intento sanar a Israel, se manifiesta el pecado de Efraím, las maldades de Samaria; obran con falsedad, entran como ladrón en las casas, y como bandidos asaltan por los caminos. No consideran en su corazón que yo recuerdo todas sus maldades; los envuelven sus, iniquidades, que están presentes ante mis ojos.»

Responsorio     Mt 9, 13; Os 6, 6. 4

R. Id y aprended lo que quiere decir esto: * Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.
V. Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora.
R. Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.


Año II

De la carta del apóstol san Judas     1-8. 12-13. 17-25

REPROBACIÓN DE LOS IMPÍOS Y EXHORTACIÓN A LOS QUE SON FIELES

    Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago, a los amados por Dios Padre y custodiados como posesión de Jesucristo, que han sido convocados: que Dios os conceda participar cada vez más de su misericordia, de su paz y de su amor.
    Queridos hermanos, tenía sumo interés en escribiros acerca de la salvación que nos concierne a todos; y ahora me veo obligado a hacerlo. Quiero daros alientos para que sigáis luchando por conservar intacta la fe, esta fe que ha sido transmitida de una vez para siempre a los fieles. Es el caso que entre vosotros se han introducido solapadamente algunos a quienes ya desde hace tiempo tiene señalados la Escritura para recibir esta sentencia. Son hombres impíos que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño y Señor nuestro, Jesucristo.
    Quiero recordaros, aunque va sabéis perfectamente todo esto, que el Señor, después de haber salvado de Egipto a su pueblo, hizo luego perecer a los que no tuvieron fe; que castigó a los ángeles que no conservaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, y envolviéndolos en tinieblas y reduciéndolos a eterna prisión los tiene reservados para el juicio del gran día; y que Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, que como ellos fornicaron y se fueron tras una carne diferente, quedaron para escarmiento, sufriendo el castigo de un fuego eterno.
    A pesar de ello, también estos alucinados manchan como ellos su cuerpo, rechazan el señorío de Cristo e insultan a los seres gloriosos. Son ellos deshonra de vuestros ágapes, en los cuales banquetean desvergonzadamente, apacentándose a sí mismos. Son nubes sin agua que el viento arrastra, árboles de final de otoño que no tienen fruto y están completamente secos y sin raíces, olas furiosas del mar que arrojan la espuma de su torpeza, estrellas fugaces para las que está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre.
    Pero vosotros, carísimos, acordaos de las palabras dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos os repetían: «En los últimos tiempos vendrán hombres sarcásticos que vivirán al capricho de sus pasiones en todo género de impiedad.» Estos son los que introducen discordias y no tienen otras miras que las terrenas, pues no poseen el espíritu de Dios. Pero vosotros, queridos hermanos, seguid edificándoos sobre el santísimo edificio de vuestra fe, continuad orando en el Espíritu Santo y conservaos en la caridad de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna. A los que vacilan, tratad de convencerlos; a otros, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, en fin, mostradles misericordia, pero con cautela, teniendo aversión aun a la túnica contaminada por su cuerpo.
    A aquel que puede guardaros inmunes de pecado y haceros comparecer sin mancha y con verdadero júbilo ante su gloria, al único Dios, salvador nuestro por medio de Jesucristo nuestro Señor, la gloria, la majestad, el imperio y el poder, desde antes de los siglos, ahora y por siempre jamás. Amén.

Responsorio     Tt 2, 12-13; Hb 10, 24

R. Desechando la impiedad y las ambiciones del mundo, vivamos con sensatez, justicia y religiosidad en esta vida; * aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
V. Miremos los unos por los otros, para a la caridad y a las buenas obras.
R. Aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

De las Disertaciones de san Atanasio, obispo
(Disertación sobre la encarnación del Verbo, 10: PG 25, 111-114)

RENUEVA NUESTROS DÍAS COMO ANTAÑO

    El Verbo eterno del Padre no abandonó la naturaleza humana que corría hacia su ruina, sino que con la oblación de su propio cuerpo destruyó la- muerte bajo cuyo dominio el hombre había sucumbido, con sus enseñanzas corrigió los errores humanos y con su poder restauró los bienes que el género humano había perdido.
    Quienquiera que lea los escritos de los discípulos del Señor verá confirmado, con la autoridad de estos teólogos, lo que hemos afirmado. Leemos, en efecto, en estos escritos: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que, si uno murió por todos, consiguientemente todos murieron en él; y murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos, nuestro Señor Jesucristo. Y en otro lugar dice: Vemos a Jesús, a quien Dios puso momentáneamente bajo los ángeles, coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte; así por amorosa dignación de Dios gustó la muerte en beneficio de todos.
    La Escritura nos da la razón por la que fue precisamente el Verbo de Dios y no otro el que tenía que hacerse hombre: Era conveniente para Dios -dice-, para quien y por quien son todas las cosas, que, queriendo llevar una multitud de hijos a la gloria, consumase en la gloria, haciéndolo pasar por los sufrimientos, al jefe de la salud de todos ellos. Con estas palabras se nos significa que librar a los hombres de la corrupción corresponde únicamente al Verbo de Dios, por quien fueron creados en el principio.
    La razón por la cual el Verbo quiso tomar carne y hacerse hombre no fue otra sino la de salvar a los hombres con quienes se había hecho semejante al asumir un cuerpo; así lo dice, en efecto, la Escritura: Como los hijos comparten carne y sangre, también él entró a participar de las mismas; así por su muerte reducía a la impotencia al que retenía el imperio de la muerte, es decir, al demonio; y libraba a los que por temor a la muerte vivían toda su vida sometidos a esclavitud. Así, al inmolar su propio cuerpo, destruyó la ley que había sido dada contra nosotros, y renovó nuestra vida, dándonos la esperanza de la resurrección.
    Pues si la muerte penetró en la humanidad fue por culpa de los hombres, en cambio, fue gracias a la encarnación del Verbo de Dios que la muerte fue destruida y se recuperó la vida, como lo afirma aquel apóstol, cuyo vivir era Cristo: Porque, como por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos; y, así como todos mueren, asociados a Adán, así todos revivirán, asociados a Cristo, y lo demás que sigue. Ya no morimos, pues, como unos condenados, sino que morimos con la esperanza de resucitar de entre los muertos en el día de la resurrección universal que Dios realizará. cuando llegue el tiempo.

Responsorio     Rm 3, 23-25; 1Co 15, 22

R. Todos los hombres pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios; son justificados gratuitamente, mediante la gracia de Cristo, en virtud de la redención realizada en él; * a quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.
V. Así como todos mueren, asociados a Adán, así todos revivirán, asociados a Cristo.
R. A quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.
  
Oración

Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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