Homilía. Domingo XXIV A: Así perdonaba san Juan Pablo II

Vamos a partir de la segunda lectura. Somos de Cristo, en la vida y en la muerte. Somos enteramente de Cristo, queremos, debemos ser de Cristo, que nos ha revelado el rostro misericordioso del Padre, como hemos proclamado en el salmo.

Ser de Cristo. Y uno se pregunta cómo ser de Cristo en todos los momentos y circunstancias de la vida. Hoy nos encontramos con algo cotidiano: las ofensas y los agravios que cometemos y que sufrimos. ¿Hay que perdonar? ¿Siete veces?

Me van a permitir que hable de esto en dos niveles.

El primero, el pequeñito, el de andar por casa, el que se refiere a esos roces con la familia, los amigos, vecinos o compañeros de trabajo. Ahí todos sabemos cómo comportarnos en cristiano: perdonando siempre y procurando hacer las cosas de forma que se eviten los roces y podamos todos convivir como hermanos. Los esposos, padres e hijos, compañeros, hermanos de comunidad. Perdonar. Siempre. Sin límites, generosamente, amorosamente. Aquí nadie tiene especiales dificultades que no puedan ser vencidas con la gracia de Dios.

Lo que sí que nos plantea mayores dificultades es el perdón cuando se trata de algo muy grave. Hace un mes justo que sufrimos un brutal atentado en Barcelona. En España sabemos lo que es padecer el terrorismo de ETA durante décadas. Casos sangrantes que afectan a la mujer, el abuso de menores, el narcotráfico, la corrupción a todos los niveles.

¿Hay que perdonar a todos? ¿También a los terroristas, a los pederastas, a los grandes estafadores?

No quiero hablar de mis ocurrencias, sino del testimonio de un gran santo como san Juan Pablo II, que experimentó en su carne el odio del terrorismo y a punto estuvo de perder la vida en la plaza de San Pedro a manos de Alí Agca.

San Juan Pablo II acudió a la prisión y allí mismo dio su perdón a su agresor. Eso sí, el agresor siguió en prisión, se adquirió el “papamóvil” para mayor seguridad y se intensificaron los controles de seguridad en el Vaticano.

No creo que nadie pueda tachar de inmisericorde a San Juan Pablo II. Misericordia fue otorgar el perdón. Misericordia con su agresor, llevarlo a la cárcel para evitar que pudiera seguir delinquiendo. Misericordia con los demás, que deben ser cuidados para no sufrir daño.

Perdonar no es solo decir “yo te perdono” y aquí no ha pasado nada. Porque si bien es cierto que una de las obras de misericordia es perdonar las injurias, otras dicen eso de enseñar al que no sabe y corregir el que yerra.

Por eso hablo de dos niveles. A los cercanos, perdón siempre, generoso y sin más. En los casos graves, donde ya se vulnera la ley y los derechos de los demás quedan muy comprometidos, perdón y aplicación de la ley, por misericordia al que hizo el mal, por misericordia hacia los que deben ser protegidos de cualquier dificultad.

Creo que el ejemplo de San Juan Pablo II es muy ilustrativo. 

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04:12

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