No hay nada que más moleste a un progre eclesial laico o, sobre todo, cura, que le suelten un por qué. Ataque de nervios sicalíptico, perdida de la color, vahído, y luego desmayo general o ataque desaforado contra todo el que ose preguntar. Esto último, mayormente.
Partiendo de que me joroba andar con divisiones en la Iglesia entre carcas y progres, conservadores y progresistas, Iglesia en salida o caverna recalcitrante, lo cierto es que los denominados carcas y cavernícolas tienen la mala costumbre de leer e informarse, y cuando afirman algo los tíos, te sacuden con dos citas de los padres de la Iglesia, la Suma Teológica, un canon de Trento y los escritos de santa Catalina de Siena, para rematar faena con dos textos del Vaticano II y un adorno final del Catecismo de la Iglesia.
Ante esto, cualquier progre que se precie, sufre y mucho. Normal.
El católico progre vive de un axioma y varios corolarios. El axioma es que “hay que estar con los pobres”. Sí. Axioma. Eso no se duda, no se discute, no tiene vuelta de hoja. Es así y punto. Tampoco se admite a discusión que cosa sea un pobre ni qué significa estar con ellos.
El carca buscaría en los padres, en los teólogos, los santos, encíclicas, concilios… Pero eso le pasa por ser carca. El progre posee una iluminación especial que le dispensa de esos trabajos. Dios en su infinita bondad ha querido hacerle ver, no en oración, que no se puede perder el tiempo en eso, sino en cualquier reunión, café o caña de cerveza compartida, que hay que estar con los pobres y que lejos de corsés y normas, hacerlo desde la creatividad personal. Por cierto, eso de ser creativos pastoral y eclesialmente hablando hoy es de lo más “in”.
Cuando uno ha experimentado una iluminación tal que le dispensa de contrastar sus ideas con cualquier tipo de fuente, salvo la sola Escritura interpretada iuxta modum y expurgada ad casum, puede extraer con toda libertad sus corolarios.
Corolario uno: no hay normas. Todo vale siempre y cuando lo hagas desde la opción por los pobres.
Corolario dos: Todo aquel que niega el axioma y el primer corolario es fascista, conservador, antievangélico, misógino, neocon y antifrancisco.
Las consecuencias son un argumentario de lo más exótico: a ver si te crees que a Dios le afecta, Cristo haría, dónde está escrito, si el catecismo dice una cosa yo digo otra, eso es una bobada, total a quién le importa, qué más dará.
La tentación de uno es ir no a Trento, comprensible que para mucha gente sea causa de erisipela, sino a algo mucho más cercano, como el Vaticano II, para afirmar despacito, sobre todo despacito, léase con tono de canción del verano, que la revelación de Dios nos viene por la Escritura y la Tradición, que hay un Magisterio que interpreta y define… La c… Burt Lancaster! Porque para eso hay una argumentación infalible: te quedas en la letra, lo importante es el espíritu del concilio.
Pues eso. Que si lo único que importa es estar con los pobres, no hay normas y hay que ser fieles al espíritu del Concilio, que vaya usted a saber qué cosa sea y quién lo define, mejor hablar del tiempo.
¿Argumentos, tradición, magisterio? Ya estáis con normas como siempre. Si es que no se puede. Lo que tenéis que hacer es estar con los pobres…
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