En Tenerife


Llegué hace una semana desde Las Palmas en un avión de juguete, con grandes hélices negras. Salimos con retraso porque, al decir del comandante, sólo había una pista disponible y teníamos que hacer cola.
El vuelo sería breve; apenas media hora para saltar de una isla a otra. Pero el piloto estaba enfadado:
—Cuando estemos en vuelo, le daremos caña al motor para recuperar el tiempo perdido.
Una señora de habla alemana que se sentaba a mi lado me preguntó que "caña" le iban a dar al motor. Traté de tranquilizarla asegurando que se trataba de pura  jerga aeronáutica.
Volamos muy bajo con la mole del Teide al fondo. La azafata ofrecía agua y prensa local. No hubo tiempo para más. En veinte minutos tomamos tierra en "Los Rodeos" y salí caminando en busca del equipaje y del coche que había reservado:
—Tenemos un cochito un poco mejor —me dijo la empleada—.
El "cochito" era un Polo último modelo, que llevó a Arona volando.
Al día siguiente por la mañana tuve que pensármelo muy bien antes de decidir por qué lado de la cama tenía que salir para no romperme la nariz contra la pared.
 
Y, sí, estuve en Candelaria. Sólo diez minutos; pero caben muchas intenciones en ese breve tiempo.
16:24

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