Dame la manita, Pepe Lui

A base de ir metiendo morcillas y novedades en la liturgia católica, gestos, originalidades y ocurrencias, hemos conseguido esperpénticos espectáculos. Celebraciones de la eucaristía en las que jamás se mira o estudia el misal, pero en las que se introducen todas las innovaciones posibles e imposibles con la cosa de ser actuales, modernos, creadores, hodiernos, insertados en el pueblo ¿qué pueblo? y fieles representantes de un ignoto espíritu del Vaticano II que, tras más de cincuenta años de concilio, a nuestros fieles les suena tanto como el concilio de Calcedonia.

A un servidor le toca ir a celebrar y concelebrar a sitios diversos por razones varias. Desde la primera comunión del niño de unos amigos, a la celebración de las bodas de oro de los García y García, desde el funeral de la abuela Puri a la misa fin de curso del grupo X. Hay veces en que uno controla, al menos en parte, sobre todo si me toca presidir: esta canción mejor no, el texto sobre las bondades de la abuela mejor al acabar la misa o en otro sitio, no me cambiéis el salmo por otra cosa… Si vas despacito, hasta algo se consigue, siempre y cuando no te toque un grupo experto en “preparar” la misa, en cuyo caso, cualquier cosa.

Lo que no tiene escapatoria es una concelebración. Vas de concelebrante y te toca, o bien escaquearte con la cosa de que ya tienes dos misas y prefieres quedarte de fiel cristiano, o poner cara de póker y ofrecer los sufrimientos por la conversión de los pecadores (antes) o por los sufrimientos de los refugiados (ahora).

Lo que más me incomoda -cosas de uno- es, por supuesto, que el celebrante se cargue la plegaria eucarística, la invente, modifique, trasponga de todos modos, incluyendo la consagración. Salvando eso, lo que me supera del todo, es tener que rezar el padre nuestro agarrado de la manita del provincial de los Társilos, sor Veneranda, la catequista Manoli o Vanessa vestida de princesita. Me niego, me niego y me niego.

Hay veces que es que me lo veo venir. Se comienza por ser amigos y hermanos, sentirnos cerca, hacer gestos que nos ayuden a estrechar lazos entre nosotros y ya está. Rezamos el padrenuestro cogidos de las manos. Todavía si es con los niños de catequesis no me gusta, pero lo sobrellevo mejor. Pero hombre, un padrenuestro en el que, en el altar nos damos la manita el reverendo padre Agúndez, provincial de los Társilos, don Manuel, diácono permanente, el padre Rebolledo, de los Gundisalvinos, un acólito de segundo de teología, la madre Consolación de la Lágrima de Santa Tecla y un servidor, es, cuando menos, grotesco.

Puede ser aún peor. Sí. Mucho peor. Por ejemplo, en el caso del padenuestro, que sea con canto, ya saben, “en el mar he oído hoy…”, porque en ese caso lo malo no es solo darse la manita, que ya es un trago, sino que en el momento de recitar el padrenuestro te hagan levantar las manos -qué bonito- y que la madre Consolación, Consu, inicie un cierto bamboleo marcando ritmo.

El problema es que no te puedes escapar. De repente sientes que alguien te agarra la mano, por ejemplo el padre Agúndez a babor y Consu a estribor, y preso para todo el padrenuestro, barruntando, además, que acabas con las manos en alto y bailando. En esos casos he intentado hacerme el tonto y, al menos, no subir las manos e ignorar el bamboleo, pero no se hacen idea la fuerza que puede tener una religiosa cuando entra en oración. 

La manita, para Tip y Coll, que por lo menos tenían su gracia. 

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