Lo de ayer lo escribí bajo el influjo del sentimiento. Y eso que había pasado ya tiempo y el asunto tenía que haberse anestesiado. Pero el sentimiento que describí es algo de lo que todos nosotros tenemos experiencia. Lo normal es que todo ser humano experimente varias veces esto a lo largo de su vida. Por teléfono se lo conté a una buena amiga, con todo lujo de detalles. Después me arrepentí, porque ella (del Opus Dei) conoce a la persona en cuestión y, a partir de ahora, lo mirará conocedora de sus defectos. Vuelvo a insistir en que la cara fea de esta persona no era relativo a nada grave.
Pero no me quejo. He dicho que todos hemos conocido la falsedad en nuestras vidas. Pero nada es comparable a la vida de las pobres esposas de siglos pasados que vivieron machacadas por un marido maltratador. El día a día sufriendo un esposo que humillaba todos los días a su mujer era algo horrible.
Ahora también hay mujeres maltratadas. Pero la policía, la ley, la sociedad les apoya. Lo tremendo era vivir en una sociedad que se encogía de hombros y que no iba a mover un dedo por ti. Vivir en una sociedad en la que no podías marcharte a ningún lado.
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