El primer óleo de ayer, magnífico, era de Joseph Wencker. El segundo de Jean Paul Laurens, soberbio, un alarde de saber hacer en pintura.
En los dos cuadros las virtudes están patentes. Qué forma tan diferente de tratar los colores, de mostrar a los personajes. Qué atmósferas tan distintas muestran.
Lo mismo pasa con el catolicismo: los mismos dogmas, el mismo Evangelio, el mismo Dios. Y de qué forma tan distinta aparece la misma escena en la paleta de los distintos predicadores, en los distintos directores de almas, en los distintos obispos.
Y no es que un sacerdote sea malo y otro bueno, no. Los dos cuadros que he mostrado son grandiosos. El diálogo con las personas estrechas de mente, ésas que ven relativismo en todas partes, es muy empobrecedor. El diálogo enriquecedor es con aquellas individualidades que han logrado ver más allá de donde los demás ven. Aquellas que hacen avanzar la teología.
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