Cómo fue tu primera vez

Ayer, día del seminario, contamos en la parroquia con el testimonio de Sergio, un seminarista de Madrid. La primera vez que tomaba un micrófono en la iglesia para dirigirse a los fieles. Su primera vez. Vestido con el alba tuvo a su disposición apenas unos minutillos que se preparó, lo sé, durante días y días con el deseo de decir algo interesante, ser agradable, no parecer interesado en lo material y además sin enrollarse. Pues vive Dios que lo consiguió, porque pudo contarnos quién es y por qué está en el seminario, y sobre todo nos dejó muy clarito que todo es cosa de Dios, que es momento de rezar y ponerse en sus manos y que lo único que importa es pedir a Dios que nos enseñe a descubrir su voluntad y a vivir como Él quiera que lo hagamos.

Preguntaba luego a mi compañero cómo fue su primera vez. No recordaba de qué habló, lo único que le preocupaba era no llegar a diez minutos, porque había leído en alguna parte que el papa Benedicto XVI era lo que recomendaba.

Mi primera vez fue especialmente complicada, ya que se produjo, siendo aún diácono, en el bautizo de una de mis primas, y un compañero mío decía que prefería predicar en un concilio antes que en una celebración familiar. No sé ni lo que dije. Pero yo miraba a mis padres, mis tíos, los primos, y me ponía de todos los colores.

La primera vez que pronuncié una homilía en misa fue en el domingo de la sagrada familia. Me habían dicho que lo importante para predicar era tener claro qué idea deseabas transmitir, no sea que uno quisiera tocar tantos palos que al final todo fuera un batiburrillo. Recuerdo que todo eran nervios, pero que yo deseaba dejar claro que había que ser familias como la de Nazaret, y sí hablé también de la tristeza de las separaciones y de la defensa de la vida desde su concepción.

Anécdotas de muchos tipos. Como aquel compañero que para su primera vez se preparó un sermón completamente académico, lleno de citas, teólogos, santos padres… y al acabar nos decía: qué ridículo, he hecho el ridículo…

No se me olvidará ese otro que al ir a comenzar el sermón fue a echar mano del papel con el esquema y las principales ideas y resultó que no estaba, con lo cual el pobre empezó a balbucear, decir generalidades mientras seguía buscando el dichoso papelito hasta que por fin exclamó: bueno, el texto ya lo hemos escuchado, mejor será que lo meditemos en silencio. El problema fue que la pobre señora que arreglaba el altar vio un papel escrito de cualquier manera y decidió que papeles de esos mejor en la papelera.

Los sacerdotes con experiencia salimos por donde sea, pero comprendan lo que es un seminarista, un cura joven, que comienza a hablar en público. En esos casos, sean indulgentes, por favor.

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