¿Hay razones para esperar a casarse antes de tener sexo?
Según la mentalidad actual no hay nada de raro en que los jóvenes se comporten como si estuvieran casados. Sin embargo, algunas religiones, entre ellas el cristianismo, siguen enseñando que solo el matrimonio hace lícita la relación sexual entre el hombre y la mujer. Parece un conflicto irreconciliable. La prohibición de las llamadas “relaciones prematrimoniales” no se entiende.
Una objeción clásica consiste en imaginar que dos personas hayan decidido casarse y que solo les falta un lapso temporal “organizativo” (la casa, el trabajo, los estudios…) los separa del matrimonio. ¿Por qué “rechazar” los actos, que después del matrimonio, se considerarán legítimos? El error del razonamiento está en la premisa: también en casos parecidos, el sexo se daría al margen de una decisión de exclusividad y permanencia.
Solo el matrimonio es un punto de no retorno que cambia la vida. Solo el pacto matrimonial es tan fuerte e inclusivo, que justifique ante Dios y ante los hombres la unión corpórea. La castidad prematrimonial es el itinerario preparatorio a la comprensión de la verdadera esencia del matrimonio. No se puede entender la indisolubilidad matrimonial si se rechaza continuamente el valor de la continencia antes del matrimonio.
Los novios no tienen el “derecho” a poseerse carnalmente por la sencilla razón de que todavía no se pertenecen. El sexo fuera del matrimonio es una especie de robo. No vale disipar la culpa de la tesis del sexo como “prueba de amor”. El amor no se prueba. Se cree y se vive, responsablemente. Probar a una persona es reducirla a un objeto.
La convivencia “de hecho” es, en ese sentido, el deslumbramiento más clamoroso para las parejas modernas, de hecho, piensan que “prueban” el matrimonio, mientras que la convivencia no es una prueba de matrimonio, ya que falta la responsabilidad de una vida para el otro por toda la vida, que es típica solo de la promesa matrimonial. Hay una bella diferencia entre cónyuge y compañero: el uno, de cum iugum, es con el que comparto el yugo. El otro, de cum y panis, con el que comparto el pan. Una cosa es compartir la comida, experiencia abierta a encuentros variados, y otra cosa es poner en común la suerte y todo uno mismo.
No obstante estos argumentos, es muy difícil hoy convencer a las personas de que es mejor esforzarse y esperar a la noche de bodas. Por un lado, juega en sentido contrario la pulsión de los instintos. Pero también hay un motivo más profundo: los hechos de la ley moral son más que evidentes a largo plazo. Puede pasar que para alguna generación se escape una verdad moral. Pero a lo largo de la historia la verdad se impone: una sociedad no casta es rica en divorcios y pobre en hijos.
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